Gabriel.- Hace mucho tiempo que no traigo al diario a mi hijo y eso no tiene sentido ya que estoy permanentemente pendiente de él. Cómo no, si le quiero y además soy corresponsable de que ande por aquí, por el mundo, trabajando sin tregua para sacar adelante su vida y la de los suyos. Gabriel es un hombre de capacidades inauditas, excepcionales. La olímpica resistencia en su trabajo, su espíritu sonriente e inasequible al desfallecimiento, su disposición siempre positiva y capaz, su atención y entrega a los suyos (su mujer e hijas); es la encarnación de un hombre singular, aunque él diría, esbozando una sonrisa: -tampoco es para tanto, es completamente normal, las cosas son así-. Observo sus progresos profesionales y su buen hacer en todos los ámbitos de su vida asombrado y feliz. Llegó al centro del imperio (Chicago) justo ahora hace diez años; sin nada, claro. Se colocó en la línea de salida, apretó dientes y puños, esbozó una sonrisa confiada y se puso a correr y ahora está junto a los que marchan en el pelotón de cabeza de su carrera, que son muchos. Todas las noticias que me llegan de él son buenas, excelentes y me pregunto: ¿genéticamente, de dónde le viene a este hombre tanta aptitud y sobre todo presencia de ánimo y pujanza? Su padre ha sido un hombre flojito en todo, un auténtico e indesmayable incompetente y, su madre, aunque más consistente que yo, tampoco ha ocupado un lugar excepcional en el mundo. Quizá, me digo, es que su madre (desde luego) y yo (en algún momento de mi responsable paternidad) hice las cosas bien (Naty me ayudó en eso, como en todo lo de mi vida) casi sin darme cuenta. Aunque no hay que buscar explicaciones por ese lado, porque su suerte es mérito enteramente suyo.
1 ABRIL 2014
© 2013 pepe fuentes