Más del once de Marzo. Decidí subir a la ciudad a comprar tinta para una pluma de firma que heredé de mi amigo Masao Shimono. Tengo intención de montar un mural con treinta y dos primeros planos de caras de hombres, y se me ocurrió, en torno a las diez de la mañana, que quizá quedaría bien que, a pie de foto, estuviera el nombre y el año de toma. Me he debatido largamente entre el sí y el no de esa posibilidad, porque en la primera idea quería que fuera un despliegue frío, abstracto, solo forma, ningún indicio ni referentes personales. Situar el ser como a un epifenómeno de lo meramente físico ¡qué interesante me pongo, a veces, pero solo a veces, qué lástima! Que la distancia creciente que siento hacia lo «humano» se significara mediante el anonimato. Luego pensé que mejor incluiría el nombre, solo un nombre y un año, que sería como acentuar la extrañeza, porque los nombres, en definitiva, sin más atributos que la textura de las caras, podrían alcanzar solo el sentido de documentos conceptuales, naturalmente. Es lo que pretendo con esa «obra»…
13 ABRIL 2014
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