DIGRESIÓN DOS: sábado doce de abril. Teatro, ya teníamos ganas. La obra era de Juan Mayorga, autor de interés y éxito. Muchos estrenos ya que merecen la máxima consideración. Esta vez, avalada por críticos: El arte de la entrevista. Todo parecía indicar que sería una obra en las que se mostraran veladuras, contradicciones y falacias. Los eternos escaparates de impostada felicidad familiar, plagados de trampas, mentiras y estereotipos. Teóricamente el planteamiento era algo así, con nada menos que tres generaciones de mujeres en juego y con muertos y vivos ausentes. Todo listo para el despojamiento y la verdad. Qué pasó en realidad? Algunas cosas y casi ninguna buena. Para empezar, el recurso del cruce de entrevistas entre los personajes, miembros de la familia, era forzado, facilón y trivial. Pero eso no fue lo peor, sino que el núcleo y claves de la gran mentira (todas las familias la tienen) no resultó convincente en ningún momento; y, peor todavía, careció de enjundia y palpitante complejidad dramática. Qué importancia puede tener algo tan banal como un supuesto, incierto y oculto enamoramiento en el pasado de una abuela con alzhéimer y que, claro, como no podía ser de otro modo, la familia escondía celosamente. Ninguno, creo. Pero no, no era solo ese el problema, sino que la obra no entra en combustión en ningún momento. En teatro, como en todo lo demás, lo más importante no es el «tema» sino cómo se sustancia el argumento, cómo se amalgama y la vida que sea capaz de irradiar. El estilo la forma y el alma. En la representación no hubo nervio ni sangre y las piezas se ensamblaron, si es que realmente lo hicieron, deslavazadamente. Merece punto y aparte Alicia Hermida (actriz que nunca me ha encantado, por cierto) que hace gala, a sus ochenta y dos años, de una capacidad y ganas asombrosas, conmovedoras. Lúcida e intensa, aunque algo enfática. Debe ser cosa de la edad: los viejos nos ponemos incesantemente enfáticos. Pero no, de ningún modo eso fue suficiente…
21 MAYO 2014
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