23 MAYO 2014

DIGRESIÓN TRES: La gran belleza (2013) co-escrita y dirigida por Paolo Sorrentino. Protagonista: Toni Servillo. Película que se ve con la boca entreabierta y los ojos fijos, atornillados a la pantalla, casi sin respirar; la cabeza, la parte que aún sobrevive entre tanta mediocridad, concentrada para no perder ni un solo matiz de imágenes y diálogos, y el corazón sobrecogido por, como alude el título, tanta y tanta belleza. Ah, y Roma, de día y de noche, aunque mejor de noche. Y los palacios, y las estatuas, y las monjas, y el cardenal trastornado, y los noctámbulos, sobre todo los alegres y tristes y decadentes y bailarines de congas que no van a ninguna parte. Ellos son sabios porque entienden que la vida y la muerte están contenidas en la misma moneda y eso les revela el arcano del vivir. Sí, porque la vida merece ser vivida, por no ser otra cosa que lúcida y desenfadada decadencia, el único lugar donde vivir la más auténtica belleza, la que no va a ninguna parte, como las alocadas congas. Es la que vive Jep Gambardella (Toni Servillo), rebosante de hedonismo cínico y sutilísima y distante ironía, luego de sabiduría: una mujer joven y hermosa…a estas alturas no me basta una mujer así (más o menos literal)…y el amor, qué es el amor en La gran belleza, la pérdida y el imposible. Siempre es y será así. Romano dice irse porque Roma le ha defraudado; pero no es Roma, sino el inalcanzable amor, tantos años perseguido sin alcanzarlo nunca. Huidizo e inaprensible como la belleza, como Roma. A las ciudades nunca se las posee del todo, como a las mujeres hermosas. Eso, Jep Gambardella lo sabe muy bien y su lucidez consiste en eso, en no empeñarse, sino, tan solo, en pasear hacia su casa bordeando el Tíber al amanecer, después de una fiesta sin sentido, luego con todo y el más pleno sentido del mundo…