11 AGOSTO 2014

DIGRESIÓN UNA. He terminado -Mi historia secreta-, de Paul Theroux. He tardado demasiado en leerlo, no sé, demasiadas palabras para contar una historia que me ha interesado pero que tal vez se podría haber desplegado en 200 y no en 475 páginas, que son las que la novela tiene. A pesar de esa excesiva verbosidad la historia, o más bien los avatares de Andre Parent, tienen interés, sobre todo el periodo africano. Creo poder entender y percibir la atmósfera de los paisajes africanos, más que los occidentales. Me gusta e interesa el Theroux novelista, y, sin embargo, no siento interés por el autor de libros de viaje, aunque no he probado con ninguno de ellos y permanecen cerraditos y calladitos en el almacén de libros de mi casa. Theroux me gusta, entre otras cosas, porque adivino en él un lado oscuro que me resulta cercano. No me resistiré a la consabida fórmula de incluir una cita de esta última novela: «Uno de mis instintos más afortunados consistía en ser capaz de darme cuenta de que era feliz mientras lo era, no después…». Yo no, nunca he sido capaz de ese prodigio; aunque en este tiempo puede que sí, ahora también yo me siento feliz, quizá por una experiencia que vivo a diario, aunque confesada pueda parecer un tanto mema y afectada, pero aseguro que no, que es real y vívida. La razón la expresa muy bien Paul Theroux en un momento de su novela: «Me pareció que nada era más exclusivo o inescrutable que un matrimonio feliz, y que la suya era la más peculiar de todas las amistades posibles». Así es y dicho queda para el resto de los tiempos.