Veintiocho de Julio, Lunes. Camino por el río, ida y vuelta, con la pesadumbre a cuestas de que tengo que empezar algo que me da igual hacer que no. Por este camino me encuentro con gentes extrañas, casi todos rarísimos, enloquecidos por el abuso diario de normalidad, esa poderosa y devastadora droga. Sí, sin darnos cuenta, el consumo y adicción de convencionales y acomodaticias costumbres provoca deformidades y desviaciones hacia precisamente lo que queremos evitar: la anormalidad. A saber, hoy mismo: primero un matrimonio, él un tipo más bien de corta estatura con rostro rellenito y gafas; ella, siempre con el mismo atuendo, también bajita y bastante más gorda, pero que ni siquiera llega a lo deforme, quizá eso la salvaría (se da la paradoja de que, esta mujer, cuando era joven, era extremadamente delgada y de aspecto frágil y delicado). El caso es que nos conocemos, con él jugaba al tenis en una era remota, cuando fuimos jóvenes, aunque nunca llegamos a ser amigos. Aun conociéndonos perfectamente, no nos saludamos. Luego: un tipo de aspecto enclenque y macilento, con un bigote ridículo (todos lo son, me parece) y algo cargado de hombros. Una imagen inequívoca de un pobre hombre que ha llevado una vida oscura en una ciudad más oscura todavía. Coincidimos en el colegio, a los diez o doce años, y la única imagen suya que se me ha quedado prendida en la memoria, es recordarle corriendo por el pasillo entre pupitres dejando un reguero de meado en el suelo. Estaba aquejado de meadas súbitas e incontroladas. Supongo que después se curó y ya no se mea inopinadamente…
PS: Fotografía: Foto Rodríguez. Primer tercio siglo XX (supongo). Adquirí la copia de 18*24 cm. en los años setenta.
29 AGOSTO 2014
© pepe fuentes