Ocho de octubre, trece treinta horas. Suena el teléfono de mi casa y no lo descuelgo (no suelo hacerlo). Al rato compruebo que hay un mensaje en el que un antiguo amigo, de lejos, muy lejos ahora (los amigos cambian con el tiempo, los que fueron se perdieron y los nuevos, a partir de un cierto momento, ya no llegan). En su mensaje tranquilo me dice que le gustaría hablar conmigo. Era Manuel Alonso, escultor, pintor y hombre de teatro al que no he visto ni hablado desde hace veintitrés años. Fuimos amigos a principios de los ochenta y luego nuestro tiempo común se desvaneció. Me apresuré a devolverle llamada porque a él y a su familia los frecuenté y aprecié mucho. Durante todos estos años he seguido acordándome de ellos, sin embargo, la desidia, la mía por supuesto, ha hecho que no los buscara. El motivo de la llamada de Manuel era para informarme de que había puesto en funcionamiento una página web, a.reguilón.com, con sus trabajos de escultura y pintura y que había utilizado un retrato que le hice en 1982. También unos textos (no recuerdo que hiciera ningún texto para él). Es curioso, los leí y me sobresalté al ver mi firma al pie. No recuerdo en absoluto haber escrito estas líneas:
«Hay miles de martillazos que dar. Cuando a Manuel le asalta la angustiosa percepción del tiempo, su expresión se torna en un oliváceo ensimismamiento poblado de formas inalcanzables. Él las posee y esa es su condenación. Su tremendo poder aprisionado por las titánicas limitaciones del tiempo. Su equilibrio está en peligro. Un vasto espacio sembrado con multitud de formas sin tiempo, le rompe los hombros y le apaga la mirada. De esta forma: de esta pugna, surgen sus esculturas…como martillazos al tiempo».
«ascendiendo desde abajo podemos conseguir un oscuro equilibrio entre la nada y el error…aunque la cima que se alcanza puede estar coronada de belleza e inquietud…» Pepe Fuentes (Toledo-1982)
No, no creo que yo escribiera esto, lo debí copiar de alguna parte, aunque esa nunca ha sido mi forma de hacer y tampoco de escribir, pero es que no lo recuerdo en absoluto.
El caso es que la conversación que mantuve con Manolo y Tete, su mujer, me alegró el día y hoy, el siguiente, todavía sigo muy contento y con ganas de ir a darles un abrazo. Viven en un pueblo cercano, solo a cuarenta kilómetros, e iré encantado; al menos en eso quedamos. La fotografía: maqueta de una de las grandes esculturas que Manolo hacía en hierro en aquellos años.
28 OCTUBRE 2014
© 1983 pepe fuentes