DIGRESIÓN ONCE: La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera (2013). Hacía años que no me acercaba a Kundera, tampoco él ha hecho nada por aproximarse a mi curiosidad (mucho tiempo sin publicar) aunque hace un par de meses, para no olvidarme de él, compré Los testamentos traicionados, que todavía no he leído. Bueno, el caso es que esta última novela, breve y de título tan prometedor, ha resultado algo corta, no solo por la brevedad, sino porque creo que el sugestivo germen que contiene no lo ha apurado lo suficiente, que tendría más recorrido, recovecos y matices. Pero bueno, lo entiendo, él se puede permitir llegar donde le apetezca, ya ha realizado una obra inmensa y a sus ochenta y cinco años puede hacer lo que mejor le venga, faltaría más. No logro imaginar los deseos que se pueden tener a esa edad, sobre todo porque con bastantes menos a mí apenas me asisten y mucho menos hacer algo tan inexplicable como publicar un libro. Lo cierto es que le he agradecido inmensamente su gran y generoso gesto de ofrecernos esta deliciosa comedia de juego y simulación. Ah, y que peligroso, vertiginoso y hasta divertido me ha resultado tropezarme en la página setenta y cuatro con un espejo de una inquietante y certera fidelidad: «Aun cuando tuvieran los dos algo en común: la pasión por deslumbrar a los demás; sorprenderlos con una reflexión divertida; o conquistar a una mujer en sus mismísimas narices. Ramón, no obstante, no era un Narciso. Le gustaba el éxito siempre y cuando no suscitara envidias; le complacía ser admirado, pero rehuía a los admiradores. Su discreción había pasado a ser afán de soledad tras sentirse herido en su vida privada, y ante todo desde el año anterior, cuando fue a engrosar al funesto cortejo de los jubilados; sus comentarios inconformistas, que antaño le habían rejuvenecido, ahora lo convertían, pese a su aspecto engañoso, en un personaje inactual, fuera de nuestro tiempo y, por tanto, viejo». Milan Kundera
31 OCTUBRE 2014
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