DIGRESIÓN UNA: La vida de Adéle (La vie d’Adèle) 2013, (180 m). Francia, de Abdellatif Kechiche. Sí, sentía ciertas reservas antes de dedicar tres horas de mi vida (me quedan pocas ya) a una historia de amor lésbico vivida por mujeres muy jóvenes. A estas alturas ni una cosa ni otra (lo lésbico y la juventud) me llaman la atención. Conozco a hombres que dicen excitarse con el sexo entre mujeres. A mí no, eso me deja frío (solo me gusta el sexo en el que pueda participar, si no, pues no). Es demasiado previsible y ya está muy visto. Del de los hombres apenas sé y claro siento infinitamente menos curiosidad. Los ritos de seducción, erotismo y sexualidad entre personas del mismo sexo siempre las supongo predecibles con sus sabidos ritos y frecuente promiscuidad. Como experiencia existencial y gozosa me parece más compleja la vivencia heterosexual, eso sí, antes de que se convierta en rutina. Claro, todo esto no deja de ser un prejuicio, o quizá el reflejo de un cierto resentimiento masculino hacia la limitación sexual que arrostramos. Uno de los personajes masculinos de la película, en una animada charla entre gentes modernas y enteradas, artistas casi, se refiere al mito griego de Tiresias: «quien había sido alternativamente varón y mujer, había conocido así los secretos del goce pudiendo afirmar que la mujer gozaba nueve veces más que el varón». Oyéndole confirmé con una leve, algo frustrada y envidiosa sonrisa, que sí, que ya sabemos que es así, pero qué podemos hacer los pobres hombres con nuestros feos y tristes y anodinos órganos que tienden funestamente a la blandura y el agotamiento. Exangües falos de distintos tamaños pero siempre insuficientes y siempre condenados a morir, tantas veces como intentan resurgir son derrotados por la trivial e ineludible ley de la gravedad. Siempre mueren, nunca vencen. Todos esos prejuicios manejaba temeroso antes de ver la película porque claro, ya se sabe que las poderosas mujeres ganan, indefectiblemente, siempre lo consiguen, como si nada. Y sí, sus refriegas eróticas, en la película, son insuperables, sin fin, esplendidas, fastuosas. Abdellatif Kechiche rueda el sexo y el erotismo lésbico como nunca he visto en cine. Rezuma autenticidad y justo equilibrio de «tempos» y orgasmos. Excitante. Pero claro, ahí estaban las dos protagonistas: Adele Exarchopoulos y Léa Seydoux, insuperables en sus papeles. Practican sexo con una intensa y vibrante naturalidad, creíble y excitante. Pero merece un capítulo aparte Adéle porque esta mujer, tan joven (21 años), sostiene toda la película ella sola (todos los demás son meros acompañantes sin más). El tiempo cronológico de la película se desarrolla a lo largo de diez años: desde la turbulenta adolescencia de Adéle, trémula y apasionada, hasta el fatal choque con la dura realidad del desamor y la soledad. Todos esos complejos registros, Exarchopoulos los dota de una carnalidad y veracidad plena de palpitantes y creíbles matices. La percibes intensamente en cada mirada, en cada sonrisa, en cada excitación incontenible, en cada orgasmo y en cada desconsolado llanto. Soberbia. Y luego, la historia, y también el ritmo que imprime Kechiche, que hace que tres horas sean un suspiro, sí pero de aíre fresco. La historia está basada en la novela gráfica El azul es un color cálido, Julie Maroh, que al parecer se distanció de la película porque tenía la sensación de que «banalizaba la homosexualidad». Pues no, querida lesbiana Maroh, no comparto tu opinión, porque tanto el desarrollo de la historia, los personajes, los ambientes homosexuales y las escenas de sexo explícito son naturales, respetuosas y creíbles. Aunque tu historia original no la conozco, sí te agradezco que haya generado una sublime película como La vida de Adéle.
1 NOVIEMBRE 2014
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