DIGRESION UNA(1ª parte): Olive Kitteridge (2014), miniserie televisiva alentada, inspirada e interpretada por la inmensa actriz: Frances McDormand. La serie procede de la novela homónima de Elizabeth Strout, premio Pulitzer 2009. Adaptación y guión de Jane Anderson, dirección de Lisa Cholodenko. El lunes tres de noviembre hojeaba (en pantalla), escasamente interesado, el periódico y me tropecé con un artículo que informaba que esa misma noche emitirían el primero de los dos capítulos que tiene la historia. Me alegré mucho porque el día me había reservado una fiesta inesperada, sin duda: los fastuosos ingredientes prometían gozo e intensidad. Sobre todo la presencia de Frances que como promotora y especialmente como protagonista auguraban un auténtico festín. Dice MacDormand sobre la dolorosa constatación de su personaje: «la infelicidad es el sentimiento que acabará por definir su existencia». A Olive la encarna Frances McDormand hasta la más sobrecogedora verosimilitud y profundidad, dramatismo y verdad. Las gentes que crecen y viven sin tocarse entre sí cultivan pacientemente la infelicidad, la desoladora frustración. También el resentimiento e incluso el odio hacia sí mismos por el insoportable peso de las oportunidades perdidas. Tantas y tan serias e insoslayables frustraciones acumulaba Olive, y tan intensamente les prestaba carnalidad y sentimiento Frances, que los gestos, silencios, actitudes, anhelantes miradas, llegaban como abisales reflejos que se acoplaban y mimetizaban en el alma propia, con toda naturalidad. En este primer capítulo admiré, pasmado, las respuestas que contundentemente espetaba al mundo que la rodeaba o más bien asfixiaba. Al menos, enteraros de que esto que nos traemos entre manos es una puñetera mierda y que no voy a complacer vuestra estulticia ni daros amistosas palmaditas, parece decirles con cada gesto, con cada grave ademán. No, ella no da tregua, con ella no se juega porque el asunto va en serio ¡qué se jodan!, tendrán que aguantarla. Al menos, le quedaba el consuelo de pelear valientemente contra convenciones e idioteces, o miraba sarcásticamente la reprimida y frustrada corrección de su marido, sin ir más lejos. De su hijo, mejor no hablar. En su vida solo florece el jardín que cultiva obsesivamente. Sin embargo, dudo mucho que realmente le gustaran las flores, más bien parece el pretexto para poder atravesar el tiempo o aplazar el tiro en la cabeza. Pero Olive, como persona lúcida y sensible, también sabía ser generosa y comprometerse cuando percibía a alguien frágil y dañado. Era así, generosa, aunque dura e implacable…
1 DICIEMBRE 2014
© 1983 pepe fuentes