He leído lo que escribí ayer en este diario y me da la impresión de que estoy de muy mala leche, o quizá, simplemente, signifique que estoy desesperado ante el lamentable rosario de fracasos y ridículas calamidades. Mirando hacia atrás (cada día que pasa se mira más y más) no sabría decir si he ayudado a alguien o más bien lo contrario y solo me he dedicado a ayudarme a mí mismo (con escaso provecho, por cierto). Pero no debo apurarme porque daño no creo haber hecho, no es fácil llegar a esa preponderancia; me ha resultado fácil por una razón que puedo demostrar: nunca he tenido poder, ninguna clase de poder. Lo dice Jorge Wagensberg, que se pasó el otro día por este diario: «Todo mediocre cree haber descubierto lo que es poder: poder es poder hacer sufrir». Esto me sitúa infalible y afortunadamente con un pasado blanco e inocente, o al menos no culpable de mediocres y codiciosas mezquindades, pero no me asegura la brillante genialidad, ni mucho menos.
10 MARZO 2015
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