…Nunca me han gustado las masas, me acerco a ellas a veces e intento comprender qué poderosa fuerza invisible las recorre. Por eso fotografío, por si, ayudado de mis viejas cámaras, soy capaz de desentrañar el misterio. En Cuenca las gentes seguían haciendo lo mismo: escalaban las empinadas cuestas cargados penosamente con sus feas y dolientes imágenes de madera o de lo que sean, que a ellos, al parecer, les transporta a un estado de espiritualidad plena. También seguían tocando el tambor. Los del tambor se hacen llamar Turbas, y sus costumbres se remontan a tiempos remotos. Abarcan a todo tipo de personas y edades, aunque predominan abrumadoramente los hombres. No sé, pero tengo la impresión de que el asunto de las divinidades sufrientes en andas solo es un pretexto para tocar y tocar y tocar el tambor. Y eso está bien porque, a fin de cuentas, lo que importa son las sensaciones físicas y la fraternal mezcla de sudores y euforia. Eso es placentero (la erótica del tambor, probablemente). En la lógica de los estímulos y comportamientos humanos, parece más importante el tipo de al lado que, a cara descubierta, se afana furiosamente en el ruido y que hace lo mismo que uno; y no tanto la silenciosa imaginería sufriente, que encima hay que llevar a cuestas…
9 ABRIL 2015
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