DIGRESIÓN DOS: Una hora después, el verdadero motivo de nuestro viaje: Paseo por el amor y la muerte, de Paul Delvaux. Curiosamente el título es el mismo que el de una espléndida película de John Huston, de 1969, a partir de una novela de Hans Koningsberger. Los gestores del Thyssen podían haberlo tenido en cuenta y buscar otro título porque aunque algo tengan que ver ambas historias no se merecen un título duplicado, o sí, porque a fin de cuentas lo maravillosamente poético y sugestivo se puede repetir cuantas veces haga falta. Y sí, así es la exposición de Delvaux: intensa, poética, fascinante. Orquestada en cinco capítulos no es sencillo trasvasar sus poderosas creaciones al lenguaje escrito, sencillamente porque hechizan y solo queda espacio para la contemplación deslumbrada. Sus escenarios atemporales y poderosamente evocadores, poblados de mujeres soñadas, te remueven y colocan justo en el centro de la belleza convulsa bretoniana, inagotablemente sugestiva. Se puede pasar mucho tiempo frente a cualquiera de sus composiciones y adentrarte en sus bellísimos escenarios donde habitan los sueños y los deseos. Sus mujeres, en ocasiones inquietantemente duplicadas, te adormecen o te excitan hasta el sueño orgiástico; no sabes si llorar por ellas o amarlas risueñamente, o ambas cosas a la vez, pero la poderosa sensación que te invade es la del deseo de tocarlas, sentirlas cerca, abrazarlas y jurarlas amor eterno. También alucinantes sus arquitecturas clásicas de geometrías exactas, perspectivas y atmósferas inquietantes; y sus trenes nocturnos, tan misteriosos y sobrecogedores; y sus polisémicos esqueletos: mitológicos, dinámicos, vitales, trágicos. Delvaux decía que no quería que remitieran a la idea de la muerte, sino a sólidas estructuras que sostienen la vida. Creo que estoy escribiendo una sarta de innecesarias tonterías porque las creaciones de Delvaux se bastan por si solas para explicarse e irradiar las poderosas sugestiones que provocan. Se habla sobre el surrealismo de Delvaux y de Giorgio de Chirico, y en ambos casos parece una adscripción generalmente admitida por todo el mundo entendido; pero no estoy de acuerdo del todo porque opino que sus obras se mueven en otras coordenadas; más bien en visiones imaginativas o imaginarias que parten de concepciones perfectamente conscientes; no oníricas ni automáticas. No, sus obras son sensiblemente distintas a las de Dalí, Magritte o Max Ernst, donde se pueden encontrar más nítidamente los presupuestos y formas surrealistas. Mi opinión no está sólidamente fundada, pero es lo mismo, porque lo que me importa es que el mundo de Delvaux me resulta poderosamente inspirador, como el de Chirico o Magritte. Los solitarios personajes que pueblan sus pinturas, ensimismados bajo el peso de fatídicos destinos e insondables secretos, siempre me acompañan cuando fotografío.
27 MAYO 2015
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