Los días los comienzo con Charlie Brown (y los termino). Es un ser vivo más equilibrado que yo. Planeo nuestras actividades y aparentemente soy el jefe de nuestro comando, pero el que actúa es él. Yo estoy normalmente quieto; él salta, corre, mueve el rabo y si le importunas amenaza con un gruñido de desagrado; aunque eso ya es muy infrecuente. Yo no hablo con nadie; él con todos los de su especie que se cruza. A mí no me apetece levantarme por las mañanas; él lo está deseando. Si duermo a deshora me culpo; él duerme en cualquier momento, apaciblemente. Charlie parece feliz. Yo solo le observo desde mi ligera decepción vital. Paseamos todos los días, temprano, normalmente por el campo. A ambos nos gusta el campo, él busca nerviosamente lo imposible porque nunca parece que encuentre nada, pero corre y corre detrás de sus fantasmas. Yo, mientras, camino despacio, buscando los míos. Luego, después de algo más de una hora, me canso de no ir a ningún sitio sensato y también de no haber mejorado nada mi estado; llamo a Charlie y, asombrosamente, viene a mi lado. Me maravilla y me resulta inexplicable que acuda. Yo no lo haría.
25 OCTUBRE 2015
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