ALGUNAS COSAS QUE ME PASAN CUANDO ME ATREVO A SALIR A LA CALLE III (segunda parte). Vertió un líquido espeso y frío y a continuación me pasó por toda ella una especie de terminal esférico, o eso me pareció, pero que debía ser paranormal porque veía más allá de mis carnes, supuse. Hasta alma debía tener. El doctor especialista de huidiza mirada presionaba ligeramente el dispositivo recorriendo mi tripa en varias direcciones. Miraba alternativamente al monitor y a mi tripa y entonces me dijo, con tono admonitorio, que no debía haber meado antes, como me dijo en la visita anterior, porque con la vejiga vacía se veía peor lo que buscaba (es verdad, me acordé, pero tuve ganas y lo hice, sin más). No le contesté. Me concentré en el techo y en respirar hondo, como me indicó. A estas alturas todavía no habíamos cruzado una mirada, y ahora menos, ya que yo tenía una posición casi indecorosa. -Todo está bien, tu próstata es pequeña-. Eso dijo. Pero no supe si era una buena o una mala noticia. Tampoco se lo pregunté. Empezaba a estar harto del esquivo individuo. La sesión extrasensorial y tecnológica acabó y regresamos a la mesa. Volvió a enfrascarse en la pantalla y en el teclado, al que tenía que mirar atentamente para que sus dos erráticos dedos acertaran con la tecla a pulsar. Seguro que pensaba que un teclado era un invento del diablo. Le pregunté cuál podía ser la causa de los síntomas que habían motivado mi visita. Eludió la respuesta con vaguedades. Supuse que no tenía ni puñetera idea, aunque durante todo el tiempo se mostró sumamente concentrado, como si todavía creyera que fuera posible saberlo. No insistí porque un desinformado como yo siempre está dispuesto a disculpar la ignorancia. Mi esfuerzo había servido de poco: no tenía un diagnóstico. Lo curioso es que apenas me importaba porque si lo hubiera tenido habría que haber puesto remedio y eso siempre resulta molestísimo. Y encima podría ser erróneo y el tratamiento contraproducente. Mejor dejar las cosas como estaban. Finalmente, me indicó que volviera dentro de un año, a revisión, con los resultados de una analítica previa. Me alegró mucho saber que no volvería a ver al doctor «especialista» hasta dentro de mucho. En ese largo tiempo podríamos desaparecer cualquiera de los dos, o los dos, y así nos ahorraríamos el «trago»-pensé-. Supuse que debía largarme ya puesto todo había terminado. Eso hice. Le di las gracias buscando la puerta de salida, que de pronto no encontraba. Sin mirarle, claro. Él no levantó la cabeza para decirme adiós. Creo que ni siquiera se despidió. No nos caímos bien, pero fue culpa suya, desde luego. FIN.
3 DICIEMBRE 2015
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