Cosas de un miércoles cualquiera y IV (once del mes pasado). A la una seguía yendo y viniendo por caminos y senderos llamándole, pero nada, sin resultado. Estaba aterrorizado. Naty me había llamado a las once y le conté lo que había pasado. Se preocupó aún más que yo. Asombrosamente, a la una y cuarto, recibí una llamada desde un teléfono desconocido e intuí que Charlie Brown había aparecido. Así fue, me llamaban desde una clínica veterinaria donde alguien lo había llevado. Leyeron el chip que lleva incorporado bajo la piel y me localizaron. Al parecer lo habían encontrado en el aparcamiento del centro comercial, desorientado. Esos desconocidos nos habían hecho un grandísimo favor a todos. Fui inmediatamente a por él. Cuando me vio vino como loco, retorciéndose de alegría, aullando. Me agaché y se subió encima dándome lametazos en la cabeza y en la cara. No podía expresar mayor alegría. Yo también. Pero ahí acabó toda la efusividad del día. Cuando volvimos a casa, Charlie Brown se metió en sí mismo y no quiso saber nada de nosotros. Si nos acercábamos nos eludía, agachaba las orejas, miraba para otro lado y resoplaba. En una ocasión insistí y reaccionó gruñendo y avisando que un gesto más por mi parte acabaría en un mordisco. Así es mi perrito, cariñosísimo, pero, si decide que no quiere que se le importune no lo permitirá de ningún modo. En ese caso, y para evitar tensiones innecesarias, lo mejor es dejarle tranquilo. Cuando remonta la crisis viene moviendo el rabo zalameramente y se muestra cariñosísimo, pegajoso incluso. Un misterio. Insondable, Charlie Brown.
15 DICIEMBRE 2015
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