UNA TARDE NOCHE, EN MI PLATÓ VOLVIÓ A SUCEDER EL MILAGRO, que fue, nada menos, que delante de mi cámara hubo personas dispuestas a que las retratara. Hacía más de un año que no lo conseguía. Está claro para mí que si tuviera que elegir un solo tipo de fotografía con el que pasar el resto de mi vida, sería el retrato. Nada me interesa más. A pesar de mi interés, casi siempre me suelo decepcionar con los resultados que obtengo. Bien porque con los retratados no tengo la conveniente y deseable conexión, positiva o negativa, da igual una u otra; o simplemente porque no soy capaz de desentrañar los enigmas que esconden los retratados. Lo importante es sentir algo ante las presencias en el visor de la cámara. Y que ellas también sientan algo. Parece fácil, pero para mí no lo es. Es como una descarga eléctrica, un chispazo, y nunca sabes a priori si sucederá o no. Pero, lo deliciosamente motivador, estimulante hasta la euforia es intentarlo. No hay una experiencia fotográfica más excitante para mí. Luego, ante el negativo y posterior positivo compruebo que la magia, una vez más, no acudió a la cita. Y los nuevos rostros se parecen demasiado a los demás; o no, y solo son mis retratos los que se parecen. Pero claro, a pesar de que desee ardientemente que suceda el prodigio, no me suele salir. Será porque me falta talento. Sí, seguro que es eso. A pesar de mis miedos e inseguridades, en la sesión de toma de esa tarde noche, todos lo pasamos muy bien. Los fotografiados resultaron ser unas personas encantadoras y divertidas que se entregaron con ganas a la ceremonia fotográfica. Todavía no sé si los retratos funcionarán (aún no los he positivado) pero, si no es así, la culpa será exclusivamente mía.
28 MARZO 2016
© 2016 pepe fuentes