24 ABRIL 2016

© 2016 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2016
Localizacion
Zurraquín, Argés (España)
Fecha de diario
2016-04-24
Referencia
3382

CUANDO FUI NIÑO IV. «Continuamente estamos inmersos en un cruce de espadas con nuestro pasado». Rafael Argullol.
Sí, por eso, el cuatro de marzo, por sentirme ya el nieto del niño que fui, decidí acercarme al –no lugar– que fue y sigue siendo. A medida que avanzaba por el camino de acceso, que vigilé obsesivamente durante años desde el lejano cerro pedregoso, deseando que alguien apareciera y me diera la alegría de una presencia inesperada, me sentía conmovido y azorado por el estruendoso fragor de los recuerdos. Sabía que la casa estaba habitada por «El Hombre», así lo llamó hace tres años un tractorista de la finca al que pregunté. Llegué a la casa a las once y media de la mañana. Una furgoneta aparcada en la puerta y un perro grande tumbado al lado. «El Hombre», de espaldas hacia donde me encontraba, subió a la furgoneta. Aún no me había visto. Me acerqué y di los buenos días a su espalda casi, volvió la cabeza y me miró sorprendido, extrañado. Salió del coche. Me apresuré a presentarme y decirle quien era y la razón de mi visita. Su aparente tensión se disipó y me sonrió. Nos tendimos la mano y comenzamos a charlar. Parecía entender mis razones. Continué dándole algunos referentes más sobre mi vida en la que era su casa ahora. «El Hombre» enseguida tomó el mando de la conversación y me relató su relación con la casa. Al parecer iba a la finca desde que la compraron los actuales propietarios, de los que era medio amigo, y cuando se jubiló le ofrecieron quedarse a vivir en ella gratis, eso sí sin costear nada de mantenimiento. Ahora, con setenta y cinco años ya,  lleva nueve viviendo solo en el cerro. Me habló de las pequeñas reformas que había hecho, como por ejemplo construir una ducha aun sin agua corriente, que debe llevar con su furgoneta y mantenerla en un depósito. Nosotros, cuando vivimos allí, la llevábamos en cántaros en una burra sin nombre. Sin embargo sí tiene luz eléctrica. Nosotros no teníamos. «El Hombre», no muy alto, era fuerte y aun se apreciaba en él el vigor necesario para vivir solo en lo alto de un cerro abandonado y valerse de sus propios medios. Pareció entender perfectamente las razones sentimentales de mi visita y en todo momento se mostró conversador y amigable. Después de diez o quince minutos «El Hombre» (no supe como se llamaba), comenzó a mostrar ciertos síntomas de impaciencia y me dijo que tenía que marcharse porque había quedado a una hora determinada en Argés, un pueblo cercano. Nos despedimos y, antes de marcharse, me dijo, generosamente, que podía volver cuando quisiera. Se lo agradecí de veras porque no es fácil que un desconocido se presté a recibirte, aunque solo sea en la puerta de su casa. Me marché seguido de Charlie Brown hacia Loches, donde vivieron mis abuelos paternos y donde iba con frecuencia con mi madre montado en la burra sin nombre. Después de recorrer la mitad de la distancia no pude seguir porque el camino lo había cortado una autovía de reciente construcción…    

Pepe Fuentes ·