13 JUNIO 2016

© 2016 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2016
Localizacion
Toledo (España)
Fecha de diario
2016-06-13
Referencia
3888

UNA MAÑANA DEL MES PASADO ESTUVIMOS EN LA CIUDAD (y, como siempre, no sucedió nada). Mi perrito y yo llegamos bastante temprano (a las ocho de la mañana), dejamos el coche en una calle en cuesta (no es difícil, todo son cuestas, hacia abajo y hacia arriba) y nos dispusimos a deambular sin rumbo (es una ciudad sin destinos ciertos, ninguna dirección que tomes te conduce a parte alguna). Primero bajamos al rio y allí nos encontramos con una pandilla de mujeres mayores (cinco o seis en torno a los sesenta) y a un tipo (de la misma edad), que llevan mucho tiempo paseando a un nutrido grupo de perros por las mañanas temprano (se han constituido en colectivo paseante y, a pesar de ser muchos, parecen más aburridos que nosotros). Son gentes conocidas de la ciudad, han ocupado puestos de una cierta relevancia (profesionales con despacho y comerciantes prósperos). Ahora están muy decaídos, bordeando la irrelevancia. Por las mañanas no les echan de menos en ninguna parte. Parecen vivir en modo «espera de la muerte», paseando carnes fofas y perros feos. Eso sí, se agrupan (perros y personas) para sentirse acompañados, supongo. Nosotros, aunque a veces compartamos itinerarios y hora, no somos exactamente así (el Chuchi y yo),nos conducimos de forma más independiente porque, además, no conseguiríamos que nos aceptaran en ningún grupo. No saludé a las mujeres (ni al hombre) ni el Chuchi a sus perros, a pesar de que nos hemos cruzado muchas veces, pero es que nosotros somos de barrio bajo, y ellos alto. Nunca se han fijado en mí (faltaría más), no me conocen, pero yo a ellos sí. Un poco más adelante nos encontramos con el veterinario de Charlie que paseaba a su perro. Con esos dos sí nos paramos y nos saludamos amigablemente (yo al veterinario y el Chuchi a su perro). Pero enseguida nos cansamos todos. El veterinario, consecuente con la desfallecida y forzada conversación que manteníamos, decidió largarse. Hizo bien y se lo agradecí porque yo no fui capaz de tomar la iniciativa; solo me mostraba tontamente conversador. Más adelante, cogimos una cuesta, esta vez de subida como no podía ser de otro modo porque estábamos en el fondo, en el rio. Subimos y subimos hasta agotarnos. En la plaza principal nos sentamos y nos dedicamos a mirar a la mucha gente que empezaba a llegar y que desde allí partiría a visitar el parque temático en que se ha convertido la empinada ciudad (solo hay cuestas, unas para subir y otras para bajar). A mí, esta circunstancia, la de las multitudes turísticas, me trae sin cuidado, es más, me parece bien porque así la ciudad parece más entretenida;  solo faltaba que un lugar que agoniza desde hace siglos encima estuviera vacío. Bueno, el caso es que nos dedicamos (Charlie y yo) a mirar en torno nuestro, pero sin pensar en nada. Nada sucedía. Charlie, que me daba la espalda (estaba sentado sobre mis pies), de vez en cuando volvía la cabeza y me miraba como diciéndome ¿y ahora qué hacemos, tío? Como no se me ocurría nada, seguí sentado, sin pensar en nada. El Chuchi se resignaba y seguía mirando en torno suyo, pero también quieto y también sin pensar en nada (sé muy bien cuando mi perrito piensa en algo, o al menos lo aparenta). Después de un rato, hartos de ver pasar anodinos turistas, decidí que ya estaba bien, que debíamos irnos con la música a otra parte (siempre llevo colgado de las orejas el Ipod). Me levanté, y Charlie lo celebró estrepitosamente, apoyando sus patas delanteras sobre las mías traseras y saltando (yo no salté, habría sido un tanto raro). Así me expresó su agradecimiento por liberarle del tostón de la plaza y de los poco agraciados transeúntes. Ambos nos conjuramos para no volver en mucho tiempo. Ah, y antes de irnos, hice esta foto, despacio, sin apresurarme.

Pepe Fuentes ·