EL DICHOSO TRÁMITE I. Dieciséis de agosto de dos mil dieciséis, martes, diez de la mañana: tenía una cita fatal con mi edad en un organismo de la administración del estado. Acudí. El asunto de mi esforzado desplazamiento era un trámite administrativo, burocrático o como quiera que pueda llamarse. Entré en un austero edificio rehabilitado a las nueve cincuenta. Un tipo, con uniforme de seguridad, salió a mi encuentro nada más verme. Me preguntó si tenía cita previa, contesté que sí (la había gestionado telefónicamente días antes). El tipo, amable, me pidió mi documento de identidad y, a continuación, actuó sobre una máquina que escupió un papelito donde había una contraseña (GS0003) y que debía servirme para acceder a una mesa de atención personalizada. Me senté en la primera fila de sillas rojas (había tres o cuatro más) dispuesto a desplegar mi paciencia, necesaria en estos casos. No había nadie más que yo en los asientos de esperar. Quince minutos más tarde no había pasado nada, salvo que el empleado de seguridad vino a pedirme disculpas por la tardanza. Le sonreí asintiendo por su detalle porque, a fin de cuentas, él no era responsable del absentismo de los funcionarios. No me sentía enfadado, quizá porque el trámite a realizar no me apetecía nada y debí pensar que cuanto más tarde mejor. Por fin, veintidós minutos después de la hora fijada, apareció mi número en la pantalla, hasta ese momento fundida en negro. Subí un pequeño tramo de escaleras para llegar a la mesa número uno que me había asignado la escasamente dinámica pantalla. Detrás de la mesa, un funcionaría de unos cuarenta y cinco años, con gafas, no muy agraciada y de un color grisáceo que no sé si era consecuencia de un bronceado playero que fatídicamente empezaba a desvanecerse o porque era así de turbia de nacimiento. Nos dimos los buenos días, ceremoniosos, me senté sin que me invitara a hacerlo e inmediatamente me preguntó: ¿qué quiere? Contesté escuetamente: -jubilarme-. No puso objeciones. Ni siquiera parpadeó, lo que me decepcionó íntimamente. A partir de ahí comenzó el trasiego de documentos sobre su mesa: DNI, certificados de los que iba provisto, preguntas sobre mis circunstancias (domicilio, teléfono, personas a mi cargo, y cuestiones muy formales). Respondí a todo pulcramente, a eso había ido, precisamente. Ella tecleó todos los datos que necesitaba y finalmente me dijo que bien, que ya estaba cursada la solicitud de jubilación y que ahora solo me quedaba esperar la resolución de ese imponente organismo a mi sensata y resignada petición…
22 AGOSTO 2016
© 2015 pepe fuentes