Todo es plano en mis días ahora (antes también, pero no hacía mucho caso). No hay ni la más mínima tensión en ninguna de las horas (quizá al final del día cuando, después de cenar, Naty y yo nos disponemos a ver una película, cada día una). No tengo vitalidad, ni emoción, ni deseos, ni nada de nada. Algunos días me pregunto si no estaré muerto. No sé qué pasa conmigo, al parecer estoy vivo porque todavía respiro, y subo y bajo las escaleras de mi casa varias veces al día, e incluso salgo de paseo todos los días con Míster Brown. A partir de ahora seré el señor Gris, o quizá míster Grey, que queda más chic. Vivo en un ciego, cadencioso y absurdo automatismo. Eso sí, mi vida es indolora, en mi cuerpo físico no hay dolor, pero soy como un puñetero zombi soso y casi deprimido. Por cierto, y hablando de zombis, de películas me refiero, el otro día vimos una coreana espléndida, Tren a Busan. Disfruté mucho con el entusiasmo fatal, encarnizado e infatigable de los jodidos zombis. No se cansaban nunca de intentar captar para su causa a todo el mundo con el que se cruzaban. Los perseguían con sus cuerpos desmadejados y sus bocas manchadas de sangre. Qué entusiasmo, qué vitalidad, qué desordenado y apasionado hambre por conseguir sus propósitos, digno del mayor encomio. Y estaban muertos, creo. Si esos muertos eran tan vitales (acababan de morir) cuánto tiempo llevaré yo muerto, me pregunto, tan cansado como me siento. Me gustaría ser un zombi como los de la peli y sentir el ciego entusiasmo que mostraban ellos. A mí no me gustan nada las películas de zombis, pero ésta me encantó, la vi por el entusiasmo que había generado en todos los críticos: «La película es capaz de ir poniendo a prueba su impecable punto de partida en set-pieces de imbatible brillantez (…) película extraordinaria» Jordi Costa. Y todos en ese plan, y todos tenían razón…
1 JUNIO 2017
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