Pues sí, mi vida está alcanzando tal grado de sosa neutralidad, de nivel cero de aliento vital que, cuando me levanto, para cerciorarme de que no estoy muerto, tendría que aplicarme un estetoscopio, o respirar ante un espejo, o pellizcarme para comprobar si todavía mi carne palpita, aunque eso mejor no porque me dolería. Y, por supuesto, no quiero experimentar nada que pueda suponerme no ya dolor, sino la más ligera molestia. El tener que caminar cada día con Míster Brown (porque él se lo merece) me supone un esfuerzo casi insuperable (The gentlemen Gray and Brown, go out for a walk…). Si pudiera (que podría), estaría todo el día tumbado sin mover un músculo, el único movimiento que haría sería arrastrar el dedo por la pantalla del Ipad para pasar la página del libro que estuviera leyendo, que ahora es La infancia de Jesús, de Coetzee. Inquietante, por cierto. Lo que les sucede a los personajes se parece un poco a lo que me pasa a mí…
2 JUNIO 2017
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