MI ÚLTIMO VIAJE A LISBOA. Día cinco (1 mayo, martes). Por la mañana, nada más levantarnos, vuelta a casa. Fue un viaje desvitalizado y algo triste. Me había creado muchas expectativas sobre este último viaje a Lisboa, algo así como que sería una entrañable, íntima, y hasta poética despedida de una ciudad a la que he viajado bastante en estos últimos treinta años y de la que he disfrutado mucho. Sin embargo, nada fue como esperaba. Hace siete años que estuvimos la última vez y me ha parecido que todo se ha complicado allí: ha aumentado considerablemente el número de visitantes y coches. Supongo que eso es muy bueno para la economía de la ciudad, y me parece espléndido que así sea, pero no era lo que yo buscaba. No obstante, no fue eso lo que hizo que me sintiera incómodo, fue otra cosa, pero no sé cuál. Me sentí ausente, nada involucrado con lo que me rodeaba. Quizá es que ya había desconectado con esa ciudad y no quise darme cuenta antes. O algo peor, de mí mismo. Sigo sintiéndome muy cerca de Portugal y Lisboa, de su cultura, de su arquitectura, de su arte, de sus escritores (mañana me ocuparé en el diario de Fernando Pessoa), pero ya no tendré necesidad de volver hasta allí y arrastrar penosa y ruidosamente mi maleta con el equipo por las estrechas aceras. No, eso ya no lo necesitaré más.
14 JUNIO 2018
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