DIGRESIÓN DOS: Final Portrait (2017). Reino Unido. Guion y dirección: Stanley Tucci. Intérpretes: Geoffrey Rush, Armie Hammer, Clémence Poésy, Tony Shalhoub, James Faulkner. Me gustó mucho esta película (a los críticos, a casi ninguno). Las razones de mi placer, diversas: siento una gran admiración hacia la obra de Alberto Giacometti y también hacia él, su actitud personal y su modo de estar en el mundo y de afrontar el hecho creativo. De antemano ya estaba entregado, luego muy mal tenía que haberlo hecho Tucci para que no me gustara su película. No hubo problema, Tucci ha hecho un gran trabajo. Utiliza el testimonio de James Lord, la experiencia que tuvo como modelo de Alberto, además de su relación con él en el plano personal, como amigo. Y todo, absolutamente todo lo que relata la película sobre esa agitada relación, resulta creíble, auténtico y sobre todo emocionante. Es vibrante porque Giacometti lo era. Gran artista. Lo fue porque mantuvo un permanente y tembloroso diálogo con el hecho creativo, alejado de cualquier gesto de autocomplacencia (en este sentido la película y el propio Giacometti se contrasta con Picasso, en las antípodas como artista) y plenamente consciente de la imposibilidad del arte ¡¡¡cómo no!!! Ante esto Giacometti reaccionaba compulsivamente y trabajaba incesantemente: “Por eso sigo trabajando sin tregua, incluso cuando no existe otra esperanza que fracasar”, y esa inquebrantable voluntad la película la muestra en estado puro. La vertiente de su atormentada personalidad está plenamente conseguida, no solo en los microplanos de Giacometti trabajando y frustrándose, sino, también, con la elección del espléndido actor que lo interpreta, Rush, que lo fija a la pantalla de modo hipnótico. Las dudas que muestra Giacometti en la realización del retrato son ineludibles para alguien que es consciente de la transcendencia del hecho de crear, y especialmente recrear a alguien a través de un retrato. El caótico estudio de Alberto, así como la ambientación y recreación del modo de enfrentar el hecho artístico de esa época, en una ciudad tan prolífica como París, está plenamente conseguido. También son afinados los perfiles de los personajes que le rodean (su compañera, su hermano, su amante y James Lord). El tempo narrativo es perfecto y el relato sobre el desarrollo del retrato, a lo largo de tan solo dos semanas, es suficiente para proyectar y desarrollar el carácter creativo y personal de Giacometti. Gran trabajo de síntesis. A mí me habría encantado fotografiar a artistas en sus estudios, en pleno esfuerzo creativo, pero tan solo me he aproximado un poco en el caso de mi amigo Manolo Alonso. Y en el de Pablo Sanguino, que aunque nunca fuimos amigos íntimos ni mucho menos, una cierta proximidad me permitió hacer una composición como la de la fotografía de hoy. No he tenido acceso a nadie más.
18 JUNIO 2018
© 1987 pepe fuentes