DIGRESIÓN CATORCE (2). Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. Adaptación libre y dirección de Álex Rigola. Intérpretes: Nao Albert, Israel Elejalde, Irene Escolar, Óscar de la Fuente y Francisco Reyes. Teatro Pavón Kamikaze, Madrid (8/9). Nada más empezar, los personajes de esta versión (solo cinco, la obra de Ibsen cuenta con algunos más), o mejor dicho, los actores, porque en la representación se llaman por sus propios nombres, nos propusieron que votáramos sobre si creíamos en la democracia o no. El resultado fue abrumadoramente afirmativo, aunque hubo una pequeña minoría que dijo NO. También mi voto fue afirmativo. SÍ, creo en la democracia por dos razones: la imprescindible y saludable división de poderes (valor que no consiguen meterse en sus intervenidas y obcecadas cabecitas los paisanos del señor Rigola) y, especialmente, porque la alternativa es la No democracia, y eso es insoportable, invivible e indigno para todos. La siguiente pregunta fue sobre si creíamos que Kamikaze tenía derecho a expresar sus opiniones, fueran las que fuesen, incluso contra el sistema imperante. La respuesta también resultó abrumadoramente afirmativa. Aunque estoy furiosamente a favor de la libertad de expresión, mi voto fue NO porque sospeché que me estaban manipulando con una pregunta trampa (como se demostró más adelante) y porque interpreté que estaban mezclando creación artística y profesional con opiniones ajenas al hecho creativo en sí. Nos estaban llevando, a través de una pregunta aparentemente sencilla e indubitable, a cuestionar que en este país exista la libertad de expresión, y eso se parecía demasiado a un burda y extemporánea manipulación. Y no, por ahí no paso, creo que aquí existe una libertad de expresión más que suficiente, al menos para crear, a no ser que hablemos de hechos puntuales como el dudoso gusto de meter las narices irrespetuosa, ofensiva y gratuitamente en las creencias de los demás; aunque eso, desde luego, no tiene porqué ser objeto de absurdas judicializaciones (luego sí, habría que modificar el código penal en ese sentido). La cosa empezó a animarse intelectualmente. A continuación, propusieron votación sobre la posibilidad de suspender la obra en un gesto crítico y solidario a favor de la libertad de expresión sin limitaciones, que ellos concretaban en el simbólico gesto de irnos todos a casa sin ver la obra (ellos también, claro, sin trabajar esa noche). Curiosa y contradictoriamente, la votación fue favorable a ver la obra. No obstante, hubo bastante votos que defendieron a muerte la coherencia sobre el derecho a protestar sobre una supuesta e insuficiente libertad de expresión. O, dicho de otro modo, de pronto enfadarnos todos, sin que hubiéramos ido al teatro con esa predisposición. Afortunadamente, eso no ocurrió. Llegados a este punto de agitación asamblearia, la obra comenzó…
26 SEPTIEMBRE 2018
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