31 OCTUBRE 2018

© 2003 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2003
Localizacion
Naty, (La Habana Cuba)
Soporte de imagen
-120 MM AGFA 100
Fecha de diario
2018-10-31
Referencia
1609

DIGRESION OCHO. Casi 40. España (2018). Guion y dirección: David Trueba. Intérpretes: Lucía Jiménez, Fernando Ramallo, Carolina África, Vito Sanz. A mí, David Trueba me cae bastante bien. He visto sus tres últimas películas y, de vez en cuando, leo sus artículos en prensa. También he atendido a su paso como personaje por la última novela de Javier Cercas (El monarca de las sombras) y eso ha aumentado mi consideración hacia su talento. Esta película la he visto con gusto, se deja ver placenteramente, sin duda. Es sencilla, verosímil, minimalista y ectoplásmica, diría. Los personajes que encarnan Lucía y Fernando, una cantautora retirada y su amigo de juventud, realizan un viaje durante el cual ella canta en pequeños escenarios y él la representa. Las canciones son buenas y están bien interpretadas, pero la gira mínima es un pretexto para que los dos amigos, a punto de cumplir los cuarenta, hablen de sí mismos, de lo que les ha pasado, de su vida actual. Son dos buenos chicos que habitan una road movie sin complicaciones, y que llevan un rollito con encanto, como las librerías y bares por los que pasan. Gente “guay” como repite Lucía en la película, todos: el público, otros músicos, camareros, una periodista aficionada. Buen rollito. La cámara, a partir de una toma diagonal a izquierda y derecha en la parte trasera de la furgoneta, pasea por los semi perfiles de ellos, y también por sus semi perfiladas conversaciones, en el que hablan del lado más amable y conformista, y quizá algo tontorrón de sus vidas. En tierra, la cámara suele colocarse frente a ellos mientras conversan sencillamente, sobre sus sencillas vidas. Ninguno de los dos tiene grandes proyectos, es más, ni grandes ni pequeños. Sin embargo, empatizas afectuosamente con ellos. Todo termina como empezó, una leve, anodina y aliviadora despedida, y ya está. La furgoneta del chico arranca y todo ha terminado, eso sí, como es guay ha cogido a una mujer negra en autoestop, por seguir con el buen rollo. Cuando terminamos de ver esta leve y natural historia, Naty y yo nos miramos interrogándonos mutuamente con el gesto. Nos encogimos de hombros, sin decirnos nada, porque supongo que pensamos que casi nada había pasado. A mí, sin embargo, la película siguió bulléndome en la memoria. Pensaba que me había dejado algo por ver. Revisé las críticas y todas, sin excepción, eran triunfales: “cada poro de este prodigio…”; “Sosegada y sencilla, profunda y crítica…”; “…muestra un respeto absoluto por la memoria sin «flashback» …;Cine en estado puro…”;Ingenio, sabiduría y simplicidad…”. Tantos contundentes y fastuosos elogios no hicieron que cambiara de opinión, sin embargo, cuestioné mi capacidad de ver y seguí preguntándome por lo que no había visto. De cualquier modo, me dije para explicarme: -es que a ti te gustan los guisos bastante especiados, sabrosos, algo saturados de sustancia dramática-. No le di más vueltas al asunto, había visto lo que había visto. Al día siguiente, después de salir del teatro de ver El precio, en el Pavón Kamikaze (de la que hablaré en algún momento), cenando en un bar de Lavapiés, miré en torno mío y vi a un tipo de gente muy parecida a los dos pollos de la película, y le dije a Naty: -te das cuenta, los personajes de la película de anoche son como toda la gente que pulula por este barrio, gente normal, moderna, inquieta y con historias sin pretensiones. Los de anoche y toda esta gente son la vida misma-. Naty no dijo nada, me miró con un punto de escepticismo muy suyo y seguimos cenando. Cambiamos de conversación. Pero a mí, David Trueba y su cine me siguen cayendo estupendamente; aunque quizá, reconozca que esté a punto de convertirse en un ectoplasma de la modernidad guay. En la foto de hoy: Naty, también con casi 40.

Pepe Fuentes ·