UN VIAJE LEJANO, nada menos que a China (35) …Domingo, doce de agosto. La agencia nos había programado un viaje de dos horas por carretera para visitar aldeas antiguas y plantaciones de arroz escalonadas en la montaña. El viaje resultó pesado, salvo porque fuimos charlando con la Guilita sobre la vida cotidiana y popular en China, en su vertiente social y familiar y más concretamente de la tremenda importancia del matrimonio, tan arraigado allí (también en India, como vimos el año pasado). Parece que la familia es la unidad humana más universal y más sólida que existe. No hay riesgo de que se degrade. Durará más que el planeta sobre el que habita. En China, al parecer, existe una gran presión por parte de los padres hacia los hijos para que se comprometan y se casen y, naturalmente, tengan hijos. La exigencia llega hasta el absurdo de que hay padres que se dedican a buscar pareja para sus hijos y, jóvenes que no la han encontrado, la alquilan para no disgustar a los padres en las fiestas donde participa la familia. El servicio está tarifado con precios ciertos, como, por ejemplo: un beso, 50 yuanes, un abrazo, 60 yuanes, ir a la compra con los suegros de pega, 300 yuanes… Todo para que los padres estén tranquilos y no sean señalados en la comunidad donde vivan como fracasados ya que, si los hijos no se casan, se rompe la cadena de valores ancestrales. Intenté animar a la Guilita (a la sazón chica muy joven, que parecía mostrarse crítica e incómoda con esa presión), diciéndole que no se preocupara, que eso acabaría en unos pocos años, cuando los jóvenes como ella fueran padres y consecuentemente abandonaran esos tremendos condicionantes. Añadí, para asegurarme que no estaba equivocado: –tú no actuarás como tus padres ¿no? A lo que me contestó con un elocuente y sospechoso silencio. No sé, tal vez esas costumbres y valores tarden mucho más de unas cuantas generaciones en desaparecer. Llegamos al campo de arroz en la montaña y sí, era muy peculiar, con bancales en la ladera y un ingenioso sistema de riego que distribuía el agua por toda la vertiente. Las plantas de arroz mantenían un verde intenso y saludable. No obstante, nuestra insensibilidad agrícola hizo que no sintiéramos ningún entusiasmo por el ingenio campesino. Sí resultó interesante un pequeño pueblo centenario donde visitamos una casa antigua, de cuatro generaciones, en la que todavía vivía una señora sola, de la última generación, con noventa años y que atendía con desenvoltura y eficacia la pequeña tienda de regalos. Comimos bien en otra casa habilitada como restaurante. Volvimos a Guilin, llegamos a las tres y media, descansamos y nos protegimos del calor durante dos horas…
13 NOVIEMBRE 2018
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