19 DICIEMBRE 2018

© 2013 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2013
Localizacion
El Alamín, Villa del Prado, (España)
Soporte de imagen
-120 MM- ILFORD DELTA 3200
Fecha de diario
2018-12-19
Referencia
6511

DIGRESIÓN DIECINUEVE. Rojo, de John Logan. Traducción José Luis Collado. Dirección: Juan Echanove. Intérpretes: Juan Echanove y Ricardo Gómez. Teatro Español, uno de diciembre. Brutal. No puedo recordar cuándo me he emocionado tanto en teatro. Siempre he pensado que las obras son los actores, la carne que son capaces de poner en el escenario es lo que hace que los textos refuljan y ésta es incandescente desde el primer minuto al último. Resultó brillante no solo por Ricardo Gómez, que está justo e intenso en los momentos en los que su personaje crece, madura, sino especialmente por Echanove que, tanto en la dirección como en la interpretación, se supera en un crescendo intensísimo que no termina hasta que la obra funde en el negro final. Aún en los momentos de saludar a la cerrada e interminable ovación estuvo comunicativo y entrañable. Sencillamente magistral. Volcánico y creíble. Pero no solo fue el trabajo interpretativo y de dirección, sino que todo se sustentaba en un texto brillante y un tempo dramático sabiamente dosificado, siempre creciendo. La disección que realiza Logan sobre el hecho creativo, o mejor dicho, artístico, es preciso, quirúrgico, y plenamente acertado. El arte, como la belleza, o es convulso o no será, como dijo Bretón; aunque la deriva creativa a la que llega Rothko es precisamente una reacción tanto al cubismo como al surrealismo. Rothko, el personaje de esta obra, excelso representante del expresionismo abstracto, llega a este modo de enfrentar el hecho pictórico de forma natural, después de haber deambulado por las corrientes inmediatamente anteriores, para finalmente morir a los pies de las nuevas tendencias, especialmente el Pop que él detesta por superficial y banal. Rothko demoniza y fustiga brutalmente cualquier atisbo de romanticismo o concesión al sentimentalismo, aunque sienta debilidad ante los fantasmas de la muerte y el color negro (expresión simbólica del final). Lo nuevo empuja y arrasa, lo que le aboca, inevitablemente, a morir él también. La genialidad de esta obra y, sobre todo, su puesta en escena, radica en que tan solo en hora y media es capaz de mostrar todo el proceso filosófico y existencial de un autor (a lo largo de, al menos, dos décadas) y un momento artístico concreto. Y una vida, la de Rothko, un creador torrencial, único, que se tomaba el hecho de pintar como un ejercicio místico de búsqueda agónica de la verdad transcendente. Como réplica, está el personaje del meritorio de taller de Rotchko, que representa el advenimiento de las nuevas corrientes como el informalismo, el pop, el minimalismo…, lo que patentiza el vertiginoso discurrir del arte contemporáneo, la muerte sucesiva de corrientes y artistas en la hoguera del tiempo. Nada más comenzar, en un intenso debate entre maestro y aprendiz, Rotchko le pregunta al muchacho si ha leído El nacimiento de la tragedia, o a Freud, o a Jung, o a Schopenhauer, o Shakespeare, al menos a Shakespeare… Para enseñarle que, sin leer a los grandes autores, su arte no valdrá nada, porque carecerá del imprescindible precipitado de sabiduría humana sin la cual todo lo que haga estará vacío; que él, por sí mismo, será incapaz de realizar una obra sustancial. La puesta en escena, dinámica e incesante (performativa). El atrezo, iluminación, vestuario y banda sonora, sencillamente idóneos, perfectos. Emocionante, grandísima e interminable ovación de todo el público puesto en pie. Echanove lloraba. Yo también. Grandísima noche de teatro.

Pepe Fuentes ·