DIGRESIÓN VEINTE. La puta de los mil días, de Juana Escabias. Dirección: Juan Estelrich. Intérpretes: Natalia Dicenta y Ramón Langa. Teatro Español, sala Margarita Xirgu, quince de diciembre. Las proyecciones sobre el frontal del escenario estuvieron realmente bien (combinación de representación real y virtual). El afán voluntarioso de los intérpretes, estimable, aunque no rebasaron el nivel de correctos. Muy bien la canción que interpreta Natalia (aunque parecía playback, no lo era). Y ya está, no hubo más, al menos que yo me percatara. El texto sobre el que se sustentaba la representación, una colección de tópicos bordeando el panfleto feminista. Perfectamente identificables, todos ellos, con la “corrección política” de esos enfáticos horteras, también llamados socialistas (léase PSOE). Ahora, en su “impecable” discurso “progresista” de memos solemnes, no se les ocurre mejor idea que prohibir una estimable iniciativa de promover un sindicato de defensa de las prostitutas (les niegan el derecho a organizarse y defenderse), o anunciar que van a prohibir tan eterna y respetable profesión (desaparecerán ellos antes, sin duda, y será una suerte para la inteligencia y la sensatez política). Todavía no se han enterado de que la cosa no va de prohibiciones paternalistas, sino de respeto sacrosanto a la libertad y a las mejores opciones personales para cada uno (hasta donde lleguen los derechos del otro, por supuesto). Da miedo tanta estupidez. Siguiendo el hilo de su purísima reflexión, mejor prohibir cualquier trabajo y entonces dejarían de tener sentido los sindicatos claro porque, a fin de cuentas, esa maldita condena del trabajo por cuenta ajena es siempre una violentación del cuerpo y alma de los que tienen que hacerlo. Vuelvo a la obra: un tipo prepotente, perfectamente idiota e insoportable, contrata a una prostituta madura para hacerse el original y tener sexo (supongo, porque eso no se ve) durante toda una noche, con mucho dinero de por medio. Ese planteamiento, absolutamente manipulador en la forma y obvio en el contenido, le sirve a Escabias para elaborar un catálogo de vejaciones y abusos que, en este caso, ejerce contra la protagonista un abominable capitalista que además es corrupto, para completar el previsible cuadro de lo execrable (el asunto va de hombres malos y mujeres explotadas por ellos). Sí, una situación intolerable en la era del perfecto y pulcro “progresismo” que sin duda lo es, intolerable, pero, por favor, no me lo cuentes en un teatro, para eso móntame un mitin, y ya veré si voy o no (creo que no). Todo en esta obra resultó forzad e impostado en aras del “discurso”, con un final decepcionante y obvio. Por si fuera poco la mala noche teatral, un tipo sentado al lado se reía constantemente en situaciones serias, dramáticas, sin ningún atisbo o matiz gracioso (nadie nos reíamos). Resultó molestísimo, pero claro, si a él le hacía gracia, qué podíamos hacer. Un jodido riesgo que corres cuando decides ver un espectáculo junto a una multitud de desconocidos entre los que, seguramente, hay innumerables idiotas camuflados de seres cívicos y educados (y hasta “cultos”).
20 DICIEMBRE 2018
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