6 MARZO 2019

© 2018 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2018
Localizacion
Hong Kong
Soporte de imagen
-120 MM- DELTA 3200 (800)
Fecha de diario
2019-03-06
Referencia
8716

DIGRESIÓN TRES. Ikiru (Vivir) Japón (1952). Guion: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto, Hideo Oguni. Dirección: Akira Kurosawa. Fotografía: Asakazu Nakai.  Intérpretes: Takashi Shimura, Nobou Kaneko, Kyoko Seki, Makoto Kobori, Kumeko Urabe, Yoshie Minami. No hay creación que a mí me pueda interesar más, sea en el lenguaje que sea, que aquella que aborda el paso del tiempo, el decaimiento, la enfermedad, la muerte. Y la lucha por conjurar y apartar de un manotazo esas negruras, esos desalientos, esa desesperación por ver el precipicio incierto delante. Esta película aborda lucida y desgarradoramente esa titánica lucha por no morir, o al menos morir con la consoladora sensación de haber vivido. O al menos poder escribir las memorias propias, como hizo Neruda y titularlas: Confieso que he vivido. Kanji Watanabe (memorable Takashi Shimura), recibe la aciaga noticia de que tiene un cáncer de estómago y eso significa morir pronto, muy pronto. A partir de ese momento, el anodino funcionario que es Watanabe se transfigura e inicia una desesperada carrera por dar algún sentido a lo que no lo ha tenido. Hasta ahí, a pesar de lo inaudito de la actitud, podría ser comprensible que alguien sea capaz de superar la terrible depresión que supone una situación como esa, pero lo que realmente es conmovedor, o quizá y más bien de una belleza emocionante y convulsa, es la forma que tiene de abordarlo Kurosawa y Shimura de interpretarlo. La loca carrera de toda una noche por locales de diversión de la ciudad, de la mano de un personaje mefistofélico que le muestra todas las posibilidades perdidas que ahora, todavía, tiene la oportunidad de vivir, deprisa, acuciadamente. Corta el aliento el modo en el que la cámara se acerca al rostro de los personajes, especialmente en la ceremonia fúnebre para velar al cadáver de Watanabe. No, no es solo un velatorio, es un brutal psicodrama en el que cada uno de los funcionarios allegados al muerto se cuestionan a sí mismos, con la cámara pegada a sus alteradas expresiones. Puro y memorable expresionismo, en un blanco y negro insuperable. A partir de una cierta edad (la mía, por ejemplo), cualquiera puede esperar todas las mañanas un pequeño síntoma que desencadene una noticia como la que recibe Watanabe. La grandeza de esta historia es que Kurosawa consigue que todo tenga sentido, un bello sentido. Fue uno de los grandes (quizá el más grande de todos), de los pocos que permanecerán en la historia del cine para siempre y que el tiempo, a medida que transcurra, engrandecerá más y más.

Pepe Fuentes ·