PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo uno: Cuzco (Perú), uno de febrero, viernes
III
“Gabriela Mistral y Miguel de Unamuno, coincidían en que la conquista de América había sido un choque de lenguajes y que cada palabra había sido un soldado que ganaba su guerra…” Jorge Edwards. De hecho, el encuentro entre Pizarro y Atahualpa en Cajamarca, tuvo consecuencias trágicas para el Inca. Resultó imposible cualquier tipo de entendimiento. Fue necesario tiempo, guerras y complejas negociaciones para crear unas condiciones que hicieran posible la complicada convivencia.
El grupo de turistas que reunió la agencia para la visita monumental a Cuzco lo formábamos diez o doce personas (no nos estorbamos) y un guía; éste era un peruano asimilable a la más frecuente tipología de hombres de esa zona del mundo: baja estatura y tono de piel oscuro. Enseguida pudimos felicitarnos por la amplia información que manejaba, muy matizada en cuanto a datos históricos y apreciaciones críticas de cómo habían sucedido las cosas en el imperio incaico y la posterior llegada de los conquistadores a la ciudad. Mezclaba con criterio datos históricos, artísticos, sociopolíticos, tanto de la época prehispánica como de la posterior, una vez llegaron los españoles, y de la compleja e inteligente estrategia, porqué no, con la que los españoles supieron introducirse en el tejido religioso y social de los Incas. Cómo ambas culturas y creencias manejaron sus opciones para sacar el máximo partido unos de otros, sin demasiado derramamiento de sangre (muy lejos de lo que hicieron anglosajones y europeos en EE.UU., por ejemplo) …
COROLARIO: Era asombroso e ilustrativo la sensatez y astucia con la que se condujeron unos y otros para sobrevivir a una brutal confrontación cultural. En la catedral, por ejemplo, en la imaginería y en pinturas barrocas propias de la iconografía clásica cristiana incorporaron elementos y mutaciones de personajes bíblicos caracterizándolos con morfologías incaicas. Hasta un Cuy (roedor pequeño, parecido al conejo, propio de Perú) aparecía en un plato en la mesa de una última cena; pintura espléndida, por cierto.