PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo dos: Lago Titicaca, Copacabana (Bolivia),
cinco de febrero, martes
V
“El Ayni era un sistema de trabajo de reciprocidad familiar entre los miembros del ayllu, destinado a trabajos agrícolas y a las construcciones de casas. El ayni consistía en la ayuda de trabajos que hacía un grupo de personas a miembros de una familia, con la condición de que esta correspondiera de igual forma cuando ellos la necesitaran, como dicen: «hoy por ti, mañana por mi» y en retribución se servían comidas y bebidas durante los días que se realicen el trabajo. Esta tradición continúa en muchas comunidades campesinas, ayudándose en las labores de cocina, pastoreo y construcción de viviendas” (internet)
Así, justamente así, era como vivían en comunidad en la Isla, y más concretamente en Challapampa. Dado que solo cuentan con animales, especialmente burros, para transportar materiales de construcción y todo tipo de mercancías, su aislamiento y pocos medios mecánicos, es muy importante la solidaridad y ayuda entre las gentes de las pequeñas comunidades. A las ocho y media, en un pequeño comedor sin terminar, con vistas al lago, nos reunimos con Reinaldo para cenar. Nos sirvió su hermano: sopa de quinoa de primero y filetes de trucha a la plancha con guarnición de segundo. Con la cena tomamos cerveza. Al día siguiente pagamos la cuenta que ascendió a cien bolivianos (en torno a doce euros). Durante la cena charlamos de las costumbres de su comunidad y del tipo de vida que llevaban en la isla. Viven de pequeñas plantaciones agrícolas, de la pesca y del turismo. De un tiempo a esta parte, en Challapampa, cuentan con un pequeño equipo de profesores y un colegio que atiende a la escolarización básica, en español. Entre ellos hablan quechua. Nos pareció evidente cada vez que hablábamos con alguno de ellos que no se encontraban cómodos hablando en español. Después de la cena y media hora de sobremesa tranquila, donde nosotros seguimos mostrándonos muy interesados en las historias que nos contaba Reinaldo, nos retiramos a dormir. Quedamos a las ocho del día siguiente, para volver a Copacabana. No dormimos bien, quizá por la altura o tal vez por las mantas que nos aplastaban. Por la noche bajó bastante la temperatura…
COROLARIO: Lo que sentí en esa isla, con un modo de vida tan lejano en el tiempo, me recordaba vivamente mi infancia. Los medios tan primarios de los que se servían (burros), la escasez de comodidades, el ritmo vivencial cotidiano, el cómo parecía que discurría el tiempo allí, todo, absolutamente todo, me resultaba cercano y propio. Era como volver a mi infancia. Inevitablemente, me pregunté si sería capaz de vivir allí ahora, y me contesté sin dudarlo, que sí, que me gustaría.