PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo tres: La Paz, (Bolivia) siete de febrero, jueves
XIV
Le dije a Carlos: -verás, creía haber hecho en el cementerio central fotografías importantes para mí, sin embargo, como has podido ver, no las he hecho. Si esas fotos -no hechas- están ahí, y yo estoy aquí, no tengo otra opción que volver.
A pesar de que él tenía previsto marcharse y dejarnos la tarde libre, lo entendió y me contestó que, después de comer, volvíamos al cementerio. Mientras comíamos, en un pequeño y barato establecimiento para clientes locales (la comida no resultó especialmente apetecible), cayó una grandísima tormenta. El problema no fue la lluvia porque escampó pronto sino que, las condiciones tan especiales de luz de la mañana, se habían ido a la mierda. La luz de la tarde fue gris, muy gris, sin matices. Una pena. Las fotos no serían las mismas, ni mucho menos. No obstante pasamos algo más de una hora fotografiando. Mientras lo hacíamos, llegaron varios entierros. Llevaban los ataúdes a hombros y, detrás, la comitiva del duelo, en algunos casos acompañados de músicos con guitarras y canciones. Por timidez, o tal vez respeto al dolor de los acompañantes, no hice ninguna fotografía de esas ceremonias. Una vez me persuadí de que lo que estaba haciendo era bastante peor de lo que había hecho por la mañana, decidí que nos marcháramos…
COROLARIO: La comida en los pequeños restaurantes rápidos es muy funcional, de campaña más bien, en la guerra diaria de bregar en una ciudad complicada. Los guisos, muy pocos, parecían cocinados en considerables cantidades, algo pasados y de sabor inexistente. La gente entraba pedía un plato que comía sin levantar la vista y salía rápidamente. No fue una estupenda experiencia gastronómica precisamente. No recuerdo qué malcomimos.