PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cuatro: Uyuni (Bolivia)
nueve de febrero, sábado
V
“En principio, lo real no existe en uno mismo, sino que es percibido. Lo que, evidentemente, supone una consciencia para percibirlo”. Michel Onfray
El coche avanzó aguas adentro y eso exacerbó mi entusiasmo. Mi exaltación impaciente hizo que, desde el coche, comenzara a fotografiar compulsivamente. Quería entender lo que ocurría a mi alrededor: no sabía si estaba en el agua o en las nubes, o si todo formaba parte de la misma materia donde mi cámara y yo flotábamos en una especie de líquido amniótico que hacía que perdiera conexión con el espacio y el tiempo. La percepción se parecía mucho a la perfección, a la felicidad y el placer absoluto. Dejé de hacer toma desenfrenada. Me contuve a duras penas y decidí esperar a que paráramos. Lo hicimos unos diez kilómetros más adelante desde donde apenas se divisaba nada a nuestro alrededor, salvo unas montañas a lo lejos. Allí desplegué el trípode y la cámara grande; la pequeña, a mano. Dispuse una toma con proyecciones para componer trípticos o cuadrípticos donde se apreciaran las sutiles diferencias de nubes en un plano horizontal. Incluso monté una secuencia de las mías, que casi siempre tienen desarrollos parecidos: juegos de espacio tiempo con el ser humano como testigo y referente vivo de una cierta e inexorable fatalidad. Dialéctica metafórica de proximidad-lejanía; inicio-final; posibilidad-imposibilidad; vida-muerte. Sí, esas representaciones se podían escenificar allí mejor que en cualquier otro sitio. El problema era que yo estaba acuciado por el tiempo (solo estaríamos allí en torno a dos horas con pausa para comer) y la película de la que disponía no me parecía suficiente…
COROLARIO: Llegó el momento de comer: Alberto había dispuesto una mesa con un menú a base de filetes de pollo a la milanesa, guarnición de arroz, verdura, patatas y plátanos fritos; agua, zumos y manzanas de postre. Todo riquísimo. Comer en medio de una silenciosa y refulgente extensión de agua, nubes y silencio resultó una experiencia de una intensidad gozosa, única e inolvidable.