PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo cinco: Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa (Bolivia),
diez de febrero, domingo
III
“¿Qué hay del núcleo duro de mi personalidad ante una realidad sin rituales o conjuraciones constituidas? El gran rodeo por el mundo le permite a uno reencontrarse consigo mismo, tal y como, en nosotros mismos, nos conserva la eternidad”. Michel Onfray
Seguimos avanzando por un dédalo de pistas del altiplano, cruzándonos esporádicamente con vehículos todo terreno ocupados por turistas como nosotros. Poco después comenzamos a ascender pendientes que nos situaban en torno a los cuatro mil metros de altura; los caminos se hacían más irregulares, en muchos casos pedregales con profundas hendiduras producidas por el agua. Paramos a comer al pie de unas montañas con las cumbres nevadas. Alberto desplegó la mesa y preparó la comanda: sándwiches de jamón y queso, ensalada de lechuga y tomate, guacamole, fruta, zumos. Apenas terminamos comenzó a caer agua nieve, recogimos rápidamente y continuamos viaje. Pasamos por una especie de salar bastante grande donde se extraía boro o bórax (no fotografiamos, ni siquiera paramos). Unos kilómetros más adelante ingresamos en el parque natural, previo pago de trescientos bolivianos por los dos (38 €). Avanzábamos por caminos muy intrincados, siempre en ligera pendiente, rodeados de cumbres. Paramos en una o dos lagunas. Fotografiamos. Ya eran las cuatro y media y todavía nos quedaban tres puntos que visitar…
COROLARIO: Tenía la perpleja sensación de que un día como el que estábamos pasando era irreal. Lo que veíamos, lo que hacíamos, lo que hablábamos, lo que fotografiábamos, todo, absolutamente todo, era mágico. Me dejaba llevar en una especie de ebriedad excitada que felizmente duraba y duraba.