PEQUEÑO VIAJE A LAS TIERRAS DEL INCA
Capítulo seis: Potosí (Bolivia),
trece de febrero, miércoles
VII
“Los cascos guardatojos irradiaban un revoloteo de círculos de luz que salpicaban la gruta negra y dejaban ver, a su paso, cortinas de blanco polvo denso: el implacable polvo de sílice. El mortal aliento de la tierra va envolviendo poco a poco. Al año se sienten los primeros síntomas, y en 10 años se ingresa al cementerio. (…) La mina también brinda muertes rápidas y sonoras: alcanza con equivocarse al contar las detonaciones, o con que la mecha demore más de lo debido en arder. Alcanza también con que una roca floja, un tojo, se desprenda sobre el cráneo”. Eduardo Galeano (Las venas abiertas de América Latina).
Una vez llegamos al final de la escalera, nos encontramos con un espacio de tres por tres metros, con el suelo muy irregular, húmedo y muy resbaladizo. Avanzamos hacia el interior con la única luz que emitía la linterna del casco. El pasillo se fue estrechando y, un poco más adelante, nos encontramos con que el túnel se reducía en altura a la de una persona de rodillas. Avanzamos tortuosamente, muy agachados, lo que dificultaba la respiración (nos faltaba el aire), golpeándonos constantemente el casco con el techo. Después de treinta metros, la altura del túnel se alzó y pudimos avanzar sin agacharnos demasiado. Giramos a la derecha y nos encontramos con otro túnel que se perdía en la oscuridad, pero con una altura que nos permitía avanzar normalmente. Sentía una ansiedad creciente. Respiraba con dificultad y la idea de tener que volver sobre los mismos pasos me asustaba mucho. Después de avanzar sesenta o setenta metros, paramos. Johnny comenzó a explicarnos tranquilamente el modo de trabajar y que esa mina, que estaba en explotación, se bifurcaba en varios túneles que penetraban a considerable profundidad. Interrumpí a Johnny y le dije: -creo que ya hemos visto suficiente, qué te parece si volvemos-. No puso objeciones e iniciamos el regreso…
COROLARIO: Mi ansiedad y aprensión a medida que avanzábamos por el túnel fue creciendo hasta el pánico. Nunca había sentido nada parecido. Me pregunté si habría sido capaz de mantenerme allí tan solo media hora, o si hubiera podido soportar que me empujaran o forzaran a llegar al final del túnel. Me contesté que no, que no lo habría soportado. Solo quería salir, desesperadamente.