10 AGOSTO 2019

© 2019 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2019
Localizacion
pepe fuentes
Soporte de imagen
-120 MM- ACROS 100
Fecha de diario
2019-08-10
Referencia
9371

DÍA DE CUMPLEAÑOS (el mío). No hay nada que celebrar. He dejado atrás un año emblemático, el que marca y separa el tiempo laboral de los trabajadores por cuenta ajena (65) y da paso, irreversiblemente, a esa época en la que la sociedad occidental considera que eres oficialmente un viejo y que ya no vales absolutamente para nada. En ese momento clave, se inicia una era en tu vida en la que, para sobrevivir, te subvencionan con una pensión (sería muy molesto para los que todavía son jóvenes ir apartando por las calles a patadas a viejos desportillados, hambrientos y enfermos); aunque quizá sería mejor que nos exterminaran. Supongo que eso hay que agradecerlo, cómo no. En el colmo de la generosidad social nos subsidian parte de las entradas a museos, espectáculos y transportes, aunque no creo que yo recurra nunca a estas dádivas conmiserativas. También nos preparan residencias donde extinguirnos, solos, en penosos y miserables rincones con olor a orines y a vejez (los viejos no olemos bien). Lo importante es que no molestemos (siempre molestan los que son mayores que uno, por ejemplo, a mí ya me molestan los octogenarios, y así sucesivamente). Es la vida, idiota- (o qué te habías creído). Es la ley inexorable del tiempo. Quizá, se me ocurre, el ser humano tendría que estar constituido de otro modo como, por ejemplo, en la excelente película húngara que vi anoche: Aurora Borealis (2017) de Márta Mészáros, donde la protagonista, Mária, es una anciana que no muere hasta que ella lo decide; sobrevive a un infarto insuperable (consigue un imposible, que dice un médico: tocarse la nariz con la lengua). Más tarde, cuando el gran drama de su vida se aclara: averigua que su hija perdida nada más nacer (se la habían quitado los odiosos comunistas soviéticos) vive, decide marcharse de la vida en paz; se sienta en un sillón y pasa, de la sonrisa complacida, aunque triste, a cerrar los ojos y morir con una expresión tranquila, feliz casi. Así de sencillo. El día en que la humanidad resuelva pasar de la vida a la muerte de ese modo, sin dolor ni violentos y trágicos suicidios (ahora, el único recurso para intervenir en tu propio final), habrá accedido al máximo nivel de evolución. Así, tal vez, merecería la pena nacer.

Pepe Fuentes ·