27 AGOSTO 2019

VEINTICINCO DE JUNIO (martes): campo y campo X. Desde la cantera, volví al pequeño pueblo, lo crucé y me dirigí al empinado cerro donde se encuentra el soberbio castillo árabe, construido en el año 848. Se dice que fue conquistado por El Cid Campeador, pasando a llamarse Almenas del Cid, nombre que se transformaría en Almonacid. A lo largo de los siglos posteriores fue ocupado por distintos propietarios, entre ellos la iglesia católica, cómo no. A comienzos del siglo XIX, en la guerra de la Independencia, fue escenario de la batalla de Almonacid, ganada por las tropas francesas. Dimos un paseo por fuera y por el interior del recinto. Fotografié un poco con la vieja cámara pequeña: torreones, pliegos de muralla, nombres de gentes rotulados en los muros (una irrespetuosa grosería propia de salvajes), y hasta una culebra mediana que se deslizaba pegada a uno de los muros, entre la maleza, nada asustada (las culebras, últimamente, no son los animales huidizos que siempre he visto, sino que se muestran descaradas y displicentes: se esconden cuando ellas deciden). Me apresuré a fotografiarla, claro. Hasta ayer mismo tenía prevista para hoy la foto de la indiferente culebra pero acabo de escanear una imagen del castillo de un tremendismo próximo al oscuro expresionismo del cine alemán de la primera parte del siglo XX, y la he preferido sin dudarlo. Estupendo paseo tranquilo y gozoso, magnífica luz y estupendas fotografías, nada transcendentes, en las que se cumplió, una vez más, el axioma de que la mirada siempre es amplificada por un visor fotográfico.