DIGRESIÓN DOS. Grâce à Dieu (Gracias a Dios) Francia (2018). Guion y dirección: François Ozon. Intérpretes: Melvil Poupaud, Denis Menochet, Swann Arlaud, Eric Caravaca, François Marthouret, Bernard Verley. Siempre espero con ganas una película de Ozon. Me interesan sus historias; aunque en este diario solo haya escrito sobre Frantz (2016), he visto algunas más. Gracias a Dios, no está entre sus mejores películas, desde luego, pero, a pesar de todo, la repugnante historia está contada con pulcritud y una sobria honestidad digna del mayor encomio. Ozon, basándose en unos testimonios reales nauseabundos sobre la pederastia en el entorno del clero católico, hace una radiografía inclemente del comportamiento de la curia, desde un corrupto e indulgente cardenal hasta el hediondo cura que abusa de cientos de niños a lo largo de más de diez años. Quizá, nada de eso habría sido posible sin la complicidad y la cobardía de los feligreses que arroparon y apoyaron a semejantes degenerados. Esta inconcebible situación, quizá podría explicarse mejor treinta años antes, cuando los niños éramos carne a mancillar y abusar mediante unos sistemáticos malos tratos, en colegios infames donde se nos humillaba con castigos próximos a la tortura, pero no en los años noventa, cuando sucede el caso tratado por Ozon, en el Lyon de la civilizada Francia. Puede que la deformidad patológica de tantos y tantos curas, es decir, católicos que han llevado su creencia demasiado lejos, proceda del nefasto San Pablo, un neurótico obsesivo, terrible ideólogo del cristianismo (una secta de éxito), que rechazaba visceralmente el sexo. Muy probablemente, sin esta figura, ahora no existiría ese amontonamiento de falacias. Los evangelios fueron escritos entre treinta y ochenta años después de la muerte de Jesucristo, lo que debió dar lugar a todo tipo de mistificaciones, ya que él no escribió absolutamente nada y tampoco se pronunció sobre sexualidad, matrimonio o celibato. Este hombre, el de mayor éxito en la historia de la humanidad por los siglos de los siglos, es un personaje de ficción construido a golpe de concilios, patrística, y asunción por parte de estados, naciones, imperios, reyes y emperadores. El artífice real del cristianismo, San Pablo, teorizó, entre otras cosas, sobre la naturaleza humana y la represión de sus necesidades, marcando el origen de tanto dolor a lo largo de milenios. En sus célebres epístolas, reprimió el sexo hasta límites antinaturales: Epístola a los Corintios: “-Querría que todos los hombres fuesen como yo-, es decir, solteros, no casados, sin cónyuge” (del ensayo Decadencia, de Michel Onfray). Lo que cuenta Ozon en esta película, es un destilado de ruines y perversos comportamientos humanos de ahora, que tienen su origen y tradición hace nada menos que dos milenios. La película, bien articulada y con un tempo narrativo ajustado, cuenta las consecuencias reales que pueden tener ciertas desviaciones que vienen desde tan lejos. Más que estimable por la tensión derivada de la investigación, que hace que las más de dos horas de duración no pesen en absoluto. En la fotografía de hoy aparecen unos seminaristas que ya estarán ejerciendo de curas y deseo que tengan resuelto su ineludible conflicto con el sexo, que está en el origen mismo de sus creencias, construidas por hombres mortales, casi todos ellos perturbados (San Pablo, los teóricos pertenecientes a la patrística antigua y medieval, y un clero omnipotente), y que no sometan a frágiles niños a violaciones y vejaciones que les dolerán de por vida.
13 NOVIEMBRE 2019
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