DIGRESIÓN SIETE. ¿Quién es el Señor Schmitt?, de Sebastién Thiéry. Versión y dirección: Sergio Peris-Mencheta. Intérpretes: Javier Gutiérrez, Cristina Castaño, Xabi Murua, Quique Fernández, Armando Buika. Teatro Español, Madrid, diecinueve de Octubre. No lo supimos; podía ser el Señor Carnero, o tal vez el Señor Schmitt, o ninguno de los dos, o los dos. Ese era el planteamiento. La pérdida de identidad, o tal vez de la memoria, puede ser angustioso (desorientación, confusión, ofuscación, desesperación). Sin embargo, en esta risueña y desenfadada obra, toda esa catarsis existencial se desarrolla con risa, con desahogado humor que te mantiene encantado todo el rato. Sí, fue una obra humorística y eso siempre es de agradecer, indudablemente. Hacía muchísimo tiempo que no me reía tanto en el teatro (y en ninguna parte) y el señor Schmitt, o el señor Carnero, y su señora, consiguieron que nos riéramos todos de muy buena gana, con gusto. Dice el programa de mano: “Sebastien Thiéry tiene la capacidad de escribir una obra meramente existencialista”, y sí, puede que contenga esos matices, pero en clave de humor. Yo, que tengo también la manía existencialista, pero muy seria y aburrida, reconocí esos trazos sobre todo en la hilarante intervención de un psicoanalista: “desarrolle… desarrolle…” decía a su confuso paciente, cuando apenas había nada que desarrollar. Esa es la técnica del psicoanálisis: hacernos creer que hay algo digno de atención (y desarrollo) en el más desolador e insustancial vacío que todos llevamos dentro. La ilusión de la singularidad en lo que tan solo es un tedioso lugar común. Una vez entendido esto, que no asumido, uno llega a la conclusión de que quizá lo único que merezca la pena sea reír y reír. No sé. El caso es que esta obra, de autor para mi completamente desconocido, consiguió que lo pasáramos realmente bien durante hora y media, y lo hizo elegante, sutil y graciosamente. Cuestiones existencialmente serias aparte. La piedra angular sobre la que pivota la obra es la eficacísima fórmula de que -nada es lo que parece-, planteamiento difícil de manejar inteligentemente (eludiendo lo obvio), y Thiéry lo hace brillantemente. La puesta en escena se desarrolla en un tempo perfecto y con una escenografía apropiada, aunque no especialmente brillante. Los actores, espléndidos. Teatro lleno y ovación de gala para todos. Fuera, cuando salimos, el diluvio. Cruzamos la plaza de Santa Ana y cenamos en un restaurante de amplios ventanales mientras llovía. A veces, la vida amable se presenta y solo queda disfrutarla. Claro que sí.
18 NOVIEMBRE 2019
© 2009 pepe fuentes