EL BATRACIO QUE QUISO SER CANGREJO
(metáfora navideña del reino animal)
Diecinueve de diciembre, por la tarde, se acercó a la clínica, a la consulta de la doctora en modificación y reparación de desperfectos. Cuando el difuso paciente entró en consulta la encontró muy sonriente y positiva. Le dijo que todo estaba saliendo estupendamente, que le encontraba muy bien. Volvió a afirmar que la intervención le posibilitaría rejuvenecer diez años. No se lo creyó. Pensó: -pura promoción, el auténtico rejuvenecimiento va por dentro y de ese extraño e improbable estado de ánimo no hay noticias-. Pensar de modo tan poco complaciente consigo mismo no le impedía sentirse satisfecho con el resultado, por lo que le agradeció su profesionalidad felicitándola por el trabajo que había realizado. La joven mujer pareció sentirse muy contenta con el elogioso comentario del paciente, aunque no se lo dijo. A fin de cuentas era un hombre atento y agradecido siempre que se sentía bien atendido (no era frecuente). Los amigos del valiente paciente (tan solo tres, hay uno o dos más, pero no le han visto todavía y quizá ya no lo hagan) le dijeron que había quedado estupendamente, muy bien reparado. Asombrosamente, nuestro hombre, después de mirar atentamente los efectos de la prodigiosa y tal vez innecesaria intervención, se ha sentido tocado por una cierta gracia y seguridad en sí mismo (se le pasará pronto), como si ahora hubiera alcanzado un aspecto físico que le permitiera presentarse ante los demás con un puntito de vanidoso exhibicionismo. “A ver si va a resultar que este juego de arreglos y apariencias tiene más sentido de lo que mi escéptica y desastrosa autoestima me permite”– se dijo. Aunque, en el colmo de la incoherencia, cuando le asaltaba esa vanidosa complacencia, intentaba alejarla de su averiada cabeza no queriendo reconocer que, probablemente, todo consista en una cuestión de pura autosugestión y en soñar en lo que deseamos ser y no somos, o algo parecido. Esas veleidades e idealizaciones jamás se las ha permitido nuestro infeliz individuo y ya es muy tarde para que cambie de filosofía vital porque sería una cosa más que tendría que lamentar: no haber actuado inteligentemente encauzando su vida por derroteros más sonrientes. No obstante, reflexiona: “sería cómico que ahora, y gracias a una intervención quirúrgica bajo anestesia total, lo meramente físico modifique lo metafísico. La carne restaurada se apropie del alma defectuosa y avejentada. Para morirse de risa, o de pena”. No obstante, ha observado, sospechosamente, que nadie de sus conocidos que no supiera de la intervención ha reparado en el apaño, luego quizá tendría que haberlo pensado más y mejor, o no. Fin de este inconcebible caso sobre el que espero no tener que volver nunca más.