1 FEBRERO 2020

© 2019 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2019
Localizacion
Toledo (España)
Soporte de imagen
-35 MM- ILFORD SFX. 200 (800)
Fecha de diario
2020-02-01
Referencia
9826

EL HIJO DEL FERROVIARIO, o cómo todo termina colocándose en su sitio I

Mi calle, la de toda mi vida, se precipita cuesta abajo o sube cuesta arriba, depende de dónde vengas o a dónde vayas, a lo largo de trescientos metros. Cerca, una academia militar (donde no aprendí a ser soldado), un hospital provincial y la estación de ferrocarril. Mi casa de ahora está situada en la zona alta. Mis padres llegaron a la casa de entonces (en el mismo sitio ambas) en octubre de mil novecientos sesenta y tres, con treinta y seis años mi padre, treinta y cuatro mi madre y yo tan solo diez. Mi padre compró la casa sin terminar (hacia el final de la cuesta, a la derecha según subimos) por cuarenta mil pesetas a un tal Francisco Gutiérrez Fernández (que vivía en Valencia) el veintinueve de agosto de mil novecientos sesenta y tres. Mis padres no tenían trabajo y pocas posibilidades de conseguirlo. Mi madre sabía hacer algunas cosas bien, como coser, cocinar, limpiar y trabajar hasta la extenuación; mi padre ni siquiera (nunca supe para lo que estaba dotado). Lo único que había aprendido en la vida era a ser soldado (estuvo tres años aprendiendo voluntariamente), guarda rural y cazador (era bueno matando animalitos para mantenernos) pero, en la ciudad, ninguna de esas tremendas habilidades le servían de nada. Debíamos dinero y había que terminar la casa (en el que fue mi dormitorio había, en el centro de la habitación, un gran montículo de piedra). Ante ese panorama tan desolador, mi padre, que no era un hombre fuerte precisamente, enfermó. Unas fiebres altas de las que no supimos la causa y origen, aunque, lo más probable, es que fuera acobardamiento (a mí me habría pasado lo mismo). Mi madre sacó fuerzas de donde no había y nos mantuvo vivos. Por fin, mi padre consiguió unos trabajos efímeros: mozo de almacén, camarero, pesador y guarda de un depósito de remolacha en la estación de ferrocarril. Yo, por mi parte, me encargaba de ocupar los últimos pupitres de dos colegios diferentes (era el último de la clase allá donde iba, es decir, el más tonto entre cuarenta). Enseguida mis deficiencias dieron la cara irremisiblemente y encima era tan cobardón como mi padre, aunque de la flojera de mi padre ahora no estoy seguro. En esa casa vivimos dos o tres años, hasta que nos trasladamos a una casa señorial con un castillo que una familia adinerada había rehabilitado, donde mis padres serían criados, guardeses y jardineros. Parecía que por fin habíamos encontrado el sitio que nos correspondía en el mundo…

Pepe Fuentes ·