DIGRESIÓN ONCE. El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa (2013). Ebook, Penguin Random House, (2016).
Últimamente me ha dado por leer a Vargas Llosa. Afortunada decisión por mi parte. Es un hombre con una inconmensurable capacidad para crear literatura, para manejar profusamente el universo de las palabras en español, ya sea ensayo o ficción, además de articular ingentes datos que previamente ha recopilado en serias y exhaustivas investigaciones, como en sus obras de perfil biográfico, histórico o sociopolítico (La fiesta del Chivo, Tiempos recios, El sueño del celta). Cuando se adentra en la pura ficción, como es el caso de esta novela, es capaz de hacer que la lectura se convierta en adictiva, desplegando un entramado de intrigas que se mezclan, van y vienen plenas de matices sobre la naturaleza humana. En este caso, además, sitúa la trama en el Perú profundo, tan conocido para él, y hace que los personajes vivan y se expresen con un lenguaje propio repleto de modismos locales, divertidos, chispeantes. Las historias paralelas de dos empresarios, el pequeño transportista de Piura, Felícito Yanaqué, y el gran empresario de Lima, Ismael Carrera, avanzan mezcladas y lejanamente conectadas en una creciente intriga y, finalmente, concluyen plenamente insertadas la una en la otra. Los personajes que los acompañan: arquetípicos de la cultura y contexto peruano, meticulosamente construidos. La historia contiene un matiz ético y épico, siempre presente en el Vargas Llosa que voy conociendo, como el hecho de que toda la historia se articule en torno a un principio moral que transmite el gigante que fue el padre de Felícito a su hijo: “Nunca te dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo es la única herencia que vas a tener». Además de inculcarle un titánico e inconmovible sentido del esfuerzo y el trabajo honesto. Se podría decir de esta novela que es ejemplar (probablemente, algunas más de la novelas de Vargas Llosa se podrían denominar con esa clásica definición de “ejemplares”, pero eso no lo sé porque solo he leído una pequeñísima parte de su obra). Solo un reproche, quizá por un tonto prejuicio cultural que no terminaré de erradicar nunca, me temo: todo acaba bien, demasiado bien, me parece.
18 FEBRERO 2020
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