22 MARZO 2020

© pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Fecha de diario
2020-03-22
Referencia
3764

BREVE DIARIO (de incierta e intermitente duración) DE UNA PANDEMIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA V
Sábado, veintiuno de marzo, a media tarde.
En la última entrada del diario de la crisis aventuraba, con el mejor espíritu del que soy capaz, que todo acabaría enseguida.
Hoy no lo pienso. En España hemos llegado, oficialmente, a algo más de 25.000 contagios y 1.300 muertos.
Es imposible hacer previsiones de la precipitada y diabólica evolución porque no hay antecedentes.
No tengo problemas con los perniciosos efectos del aislamiento (salvo los posibles de llevar a Míster Brown al campo). Como mi estado vivencial natural es el aislamiento, estoy perfectamente aclimatado.
No obstante, hay un aspecto crítico que no esperaba precisamente ahora, y es la posibilidad de morir enseguida. La idea de la muerte ha entrado subrepticiamente en mi cotidianidad, prosaicamente. Y en la de todo el mundo (nunca mejor dicho).
En estos días, la idea de la muerte como trasunto de especulación existencialista e incluso cultural, que tan bien queda y tan interesantes nos hace, no es un mero tema poético, literario o filosófico; ahora es una jodida, pringosa y maloliente realidad. Física, posible y pavorosa.
No hay ninguna distinción en la muerte a causa de una horrorosa pandemia. La íntima e intransferible singularidad del final desaparece y el hecho se convierte en tristísimo y absurdo pasto de estadísticas.
Todos despidiéndonos de la vida vestidos igual y por la misma causa. Horroroso fin de fiesta.
Ni siquiera podemos aspirar a ser víctimas de la heroicidad, de la creencia, de la injusticia, del amor, de una noble causa. Nada de nada. Tan solo seremos un número en un sórdido y fatal conteo.
No hay imprevisibilidad o bello azar en lo anunciado diariamente por los “medios de comunicación” como una aciaga crónica de una muerte por llegar.
Ahora, si nos contagiamos, ya no podremos anhelar que la muerte se nos presente con la faz del más arrebatado y bellísimo romanticismo, como si un redivivo Percy Bysshe Shelley nos guiara y consolara en el viaje del que no se vuelve: “Llegó a la alta ciudad en la que la Muerte/Majestuosa, reina entre un cortejo/De declinante y pálida belleza” …

Pepe Fuentes ·