29 MARZO 2020

© 2016 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2016
Localizacion
Rasnov (Rumanía)
Soporte de imagen
-120 MM- ILFORD DELTA 3200
Soporte de copias
ILFORD MULTIGRADO BARITADO
Viraje
CLORURO DE ORO
Tamaño
28 x 35 cm
Copiado máximo en soporte baritado
2
Copias disponibles
1
Año de copiado
2018
Fecha de diario
2020-03-29
Referencia
9856

BREVE DIARIO (de incierta e intermitente duración) DE UNA PANDEMIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA IX
Sábado, veintiocho de marzo, seis de la mañana.
Nada nuevo tengo que decir sobre la agónica situación en la que está el mundo. Ni falta que hace porque, si mi opinión contara para algo, seguro que empeoraría el estado de cosas.
Lo que está propiciando esta crisis es que hable un poco más con alguno de los pocos amigos que me quedan (supongo).
Ayer hable con tres, todo un prodigio de comunicación en un solo día. No estoy acostumbrado. Me resulta asombroso la cantidad de amigos que todavía parece que tengo, en un tiempo y edad en la que ni amigos quedan. Ya no nos necesitamos porque ya nada tenemos que hacer juntos. Solo nos queda esperar.
Mis tres amigos hablaron y hablaron (mucho) y yo escuché y escuché (también mucho), porque yo no tengo nada que decir.
Me perturbó mucho la última conversación, a la caída de la tarde, mediante videollamada: me sorprendió y aturdió porque tampoco estoy acostumbrado (telefónicamente prefiero imaginarme al interlocutor, como ha sido siempre).
La motivación inicial fue por el dichoso Coronavirus como telón de fondo (contacté con mi amigo por la mañana para interesarme por cómo se encontraba y él me llamó por la tarde).
Es un amigo de toda la vida (de hace más de cuarenta años) y hacía tres que nada sabía de él, aunque siempre lo tengo muy presente por ser un amigo del alma y porque hubo una época en la que le admiré mucho y supongo que hasta le quise. Nunca sé hasta qué punto se quiere a los amigos porque la relación afectiva con ellos pertenece a una clase de amor aparte, indefinida y tímida, casi como que no es amor porque no está en los parámetros asimilados socialmente, como los de sangre, sexo, pareja, o incluso amor intangible hacia un Dios cualquiera.
Para mí es inconcebible que existan millones y millones de seres que dicen amar trascendente e intensamente a quien nunca han visto, ni escuchado, ni olido, ni tocado, y ni tan siquiera leído porque nada escribieron. Debe ser por interés, porque imaginan que, o los quieres (tipo enajenación Teresiana y otros mártires de la excelsa causa), o nunca te aceptarán bajo su manto protector.
El caso es que escuché con gusto a mi amigo porque él siempre tiene muchas cosas que decir ya que es un hombre inteligente y culto. En tiempos, fue un significado artista, hasta que se cansó de dar sin recibir.
Yo no le dije nada en especial, solo quería saber cómo se encontraba.
Mi amigo vive solo desde hace bastantes años y envejece furiosamente, con rabia y dignidad. Eso me pareció.
Aunque, en nuestros envejecimientos galopantes, desbocados, incontenibles ya, no puede haber dignidad. Es imposible. Y menos si la “sociedad” y los que mandan nos han asimilado a “colectivo vulnerable”. Somos los dinosaurios contemporáneos. Vamos a morir antes que los demás, aunque por ahora no sepamos si será infectados por la enfermedad más asquerosamente democrática del mundo.
A mí, la dignidad solo me la preserva y cuida Naty, porque nos acompañamos amorosamente y, por si fuera poco, colegueamos con nuestras cosas.
Si yo viviera solo como mi amigo, sitiado en una ciudad que no me gusta como le ocurre a él (me lo dijo y estuvimos de acuerdo porque a mí tampoco me gusta la mía), carecería por completo de dignidad, entereza y valor.
Él, sin embargo, se mostró muy entero, animoso y sano, dentro de lo que cabe, claro. Me alegré mucho. Pero algo me conturbó el resto de la tarde e incluso después, en el sueño, porque mi amigo se hizo nuevamente presente y una inmensa tristeza me aplastó contra las sábanas, e hizo que me levantara para dejar constancia de que nos vimos y oímos, aunque tan solo fuera a través de una miserable pantalla de móvil porque ya no queda tiempo para otra cosa (hace muchos años podíamos pasar horas y horas juntos sin cansarnos).
Nuestra conversación, al menos para mí, estuvo impregnada de resignada melancolía porque, aunque nada mencionemos, sabemos que tan solo hacemos inventario de daños y descripciones del campo de cualquiera de las batallas perdidas. Quizá vuelva a escribir sobre mi amigo. Otro día.

Pepe Fuentes ·