CRÓNICA DE UN DÍA FELIZ (ya era peligroso) EN DIEZ APUNTES
Veintinueve de Febrero de dos mil veinte (1)
En mi vida casi todos los días son corrientes, todos se parecen. Sin gloria ni especial interés. La fabulosa noticia es que no sufro de dolores ni enfermedades, que yo sepa (solo melancolía por el imparable envejecimiento).
A las once de la mañana, Naty y yo partimos hacia Madrid. Teníamos previsto la visita a ARCO (Feria Internacional de Arte Contemporáneo). Todos los años vamos.
Allí, normalmente, obtengo considerable cantidad de material (toma fotográfica) para luego ir descargándola, a lo largo del tiempo, en el diario. Además de la inmensa satisfacción de ver fabulosas e inauditas obras de arte, que tanto me suelen gustar.
Entramos nada más abrir y nos dispusimos a recorrer toda la muestra. Me sentía encantado con la compañía de Naty, lucía especialmente guapa, elegante, atractiva, interesante. La mujer más estupenda de la Feria venía conmigo. Qué más podía pedir a la vida.
PS (1): no incluyo una fotografía de Naty que hice al final porque no me ha quedado bien expuesta. Una pena.
PS (2). Última hora del Coronavirus en mi vida: seguimos adentrándonos por territorios tenebrosos que no sabemos hasta dónde alcanzan, en todos los sentidos, y cuánto tiempo tardaremos en atravesar. Es un peregrinaje completamente desconocido para todos (para los débiles mucho más) y estamos asustados. Podemos morir de pronto, sin saber cuándo nos inoculan el veneno. Apenas podemos protegernos. En Italia son más de cien mil contagiados y nosotros, desgraciadamente, alcanzaremos pronto esa cifra. Hoy hemos salido a un Mercadona. Había bastante gente pero no hemos tardado mucho en hacer nuestra compra. Nadie parecía asustado, todos actuábamos con aparente tranquilidad, como si no pasara nada, solo que la mayoría llevaban mascarillas (nosotros no tenemos) y guantes, que sí llevábamos. Calles vacías, aparcamientos vacíos, carretera hasta el Súper vacía. Ayer mismo leía una frase afortunada y cierta de Antonio Muñoz Molina: “Ahora mismo la tarea principal de la imaginación es abarcar la magnitud devoradora del desastre”. Menos mal que los escritores existen y nos ayudan a comprender lo que nos está pasando y a poner palabras a lo que apenas entendemos, a intentar desentrañar la incertidumbre y el miedo. Sin ellos todo sería más ominoso y desasosegante.