BREVE DIARIO (de incierta e intermitente duración) DE UNA PANDEMIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA XII
- Tampoco parece que atisbemos una pronta solución. Además, cuando salimos a la calle para cubrir necesidades, lo hacemos asustados, eludiendo coches de policía. Da la impresión de que vivimos en una especie de régimen dictatorial o policial que asusta. Inesperadamente, hemos tenido que enfrentarnos a un inconcebible toque de queda todo el día. Y me lavo las manos.
- Anteayer, un tropiezo, o mejor dicho un encontronazo con la policía nacional: al salir de una zona de campo solitario (donde llevo a mi perrito a correr), antes de cruzar una rotonda de regreso a nuestra casa, nos interceptó una patrulla. Severo interrogatorio de coche a coche, largo y amedrentador, bajo una intensísima e inquisitiva mirada del interrogador, con mascarilla y guantes (el delincuente parecía él, pero no, era yo) que creo tenía un doble propósito: imponerme el miedo atávico hacia la autoridad (ellos), y que yo mostrara visibles síntomas de subordinación y contrición para así sentir su inmensa superioridad; además, de detectar si mentía utilizando el iracundo fuego de sus ojos como infalible polígrafo. Yo, acojonado, porque todo el poder era suyo, o dicho de otro modo, era consciente de que el más mínimo gesto de dignidad se habría traducido en una sanción (creo que son de 600 o 10.000 euros, no sé). Me advirtió que, excepcionalmente, hacía un gran gesto de generosidad al no multarme pero que la próxima vez que me pillaran lo harían sin más (debí mostrarme ridículamente sumiso, a su merced, para darse por satisfecho de su peliculera representación). Lo peor de situaciones semejantes es que los uniformados siempre son agresivos e irrespetuosos y no te queda otra que aguantar su prepotencia, a no ser que estés dispuesto a asumir las consecuencias. De cualquier modo, yo no tenía argumentos a los que aferrarme: me había alejado más de lo permitido de mi casa y estaba utilizando el coche para sacar a mi perrito, todo ello taxativa y tontamente prohibido. El incidente en el que tan poco airoso me había mostrado me desestabilizó el resto del día y me temo que cambiará de algún modo nuestra vida diaria. Y me lavo las manos.
- Empiezo a sentir un creciente enfado con el estado de cosas respecto al obligado confinamiento. La supuesta conveniencia médica seguramente podría haberse salvado con unas medidas que no implicaran conculcar los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos, como es la exagerada limitación de movimientos (no sé si tienen cobertura legal o constitucional para tanta tocada de huevos). Deberían aplicar medidas razonables y no limitarse a prohibir, reprimir y castigar. No tiene ningún sentido que no se pueda salir a pasear, sin socializar, claro; o que una familia que convive todo el día en su casa no pueda salir, aunque sea tan solo a comprar (mi hijo y su familia, en Chicago, a pesar de estar confinados, sí pueden hacerlo). O que podamos sacar a pasear a un perrito atado y no a un niño sin atar, tan solo de la mano. Y así sucesivamente, con unas medidas que no pasan por causas razonadas sino tan solo por un instinto irreflexivo de reprimir estúpidamente. Sospecho que los que mandan, embriagados y poseídos por la erótica del poder, apenas nos guardan consideración ni respeto. Y me lavo las manos.
- Me pregunto: ¿Y si finalmente enfermamos? A estas alturas empiezo a asumir que puede llegar a ser inevitable y todo dependerá de que haya tratamiento médico eficaz. En las estadísticas hay un apartado de -curados- con cifras elevadas, pero no sé si son ciertos los datos, sobre todo porque no dicen como consiguen hacerlo. Y me lavo las manos.
- Y pasan los días, y las semanas, encerrados. No, no es que tengamos que ir a ningún sitio en especial: nadie nos espera en ninguna parte, pero el malestar aumenta incesantemente. Espero que al menos no nos contagiemos, ni nosotros ni nadie más. Y me lavo las manos (una vez más).