17 ABRIL 2020

© 2019 pepe fuentes
Autor
pepe fuentes
Año
2019
Localizacion
Oaxaca (México)
Soporte de imagen
-120 MM- ILFORD DELTA 400
Fecha de diario
2020-04-17
Referencia
9663

VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
De Puebla de Zaragoza a Oaxaca I:
martes dieciséis, por la mañana.

Nos levantamos a las seis y media de la mañana. La salida hacia Oaxaca estaba prevista a las ocho y media.
Gestionamos los billetes y embarcamos sin contratiempos.
El autobús resultó muy cómodo: ocupamos dos asientos delanteros, lo que fue de agradecer ya que teníamos una visión panorámica de la carretera muy apropiada para ver el paisaje (de frente, izquierda y derecha).
El paisaje por el que discurría la autopista era un valle cultivado y verde. Las haciendas se divisaban por doquier a lo largo de toda la extensión que alcanzaba la vista.
Después de aproximadamente cien kilómetros nos desviamos a la derecha y la autopista desapareció.
El resto del viaje (250 Km) lo realizamos por una carretera de dos carriles, uno por cada dirección, y dos arcenes practicables lo que suponía que, en los adelantamientos (rebasando la línea continua), el coche que venía de frente se desviaba a su arcén y evitaba la colisión. No había problema en eso.
La mañana era muy luminosa y me sentía en un perfecto y excitado estado de ánimo.
Durante todo el viaje se oyeron los diálogos de varias telenovelas mexicanas que emitían en televisión. Eran algo cursis pero manejaban un amplio y matizado vocabulario que eludía eficazmente la vulgaridad. El problema radicaba en que en las historias predominaba un romanticismo untuoso y melodramático.
El viaje, turístico por excelencia, avanzaba sin contratiempos y nos mantenía expectantes y ocupados todo el día. Muy interesados en todo lo que acontecía a nuestro alrededor.
Llegamos a Oaxaca a las dos de la tarde (el viaje duró cinco horas y media).
En la estación nos esperaba un chico joven de manos blandas, y gesto de estupor y perplejidad, como si acabara de salir de la placenta de su mamá. Era irritante el exangüe y silencioso muchacho. Menos mal que parecía que no tendríamos que volverlo a ver.
El hotel, luminoso y sencillo, abierto a las montañas que rodeaban la ciudad. Más que aceptable.
De dos a tres, tomamos una cerveza y una ensalada en la terraza.
La temperatura y la luz: magníficas. Eran esos momentos que a veces suceden en los viajes, en los que te reconcilias confiadamente con el hecho de estar vivo.
Viajar es vivir en estado de gracia, sin dolor y con la ilusión de ver a cada instante lo que no has visto antes y lo que, muy probablemente, no volverás a ver nunca…

Pepe Fuentes ·