VIAJE A MÉXICO, Julio 2019
San Cristóbal de las Casas:
sábado veinte, por la mañana
Llegamos a una iglesia barroca, de los dominicos en su origen. Había sido afectada por el terremoto de hacía dos años y estaba en reparación.
Entramos por una puerta lateral y, a pesar de que la iglesia se encontraba en obras, había algunas imágenes.
En la primera fila de bancos un hombre entonaba una especie de letanía, de rodillas y en voz alta, en un idioma desconocido. Parecía oriental.
Entramos en algunas iglesias más que nos fuimos encontrando.
Bruno, hombre bien informado, respondía a nuestras preguntas con explicaciones convincentes, o eso me parecía. En todo momento mostraba una apreciable excelencia profesional: si no era necesario no hablaba y se mantenía discretamente alejado de nosotros.
Apenas alcanzaba los treinta años, de tez clara y bastante alto. No respondía a la tipología de la mayoría de los hombres mexicanos.
Le preguntaba constantemente, siempre lo hago con los guías, desde cuestiones históricas hasta comerciales, como por ejemplo el equilibrio de oferta y demanda de los productos que manejaban los vendedores ambulantes, y lo hice porque observé una inusitada y abrumadora oferta de todo tipo de productos, tanto en el mercado como en la calle, con vendedores de todas las edades en las aceras. Los niños, muy numerosos, ofrecían pequeños objetos de artesanía discreta y tímidamente.
La respuesta que me dio fue que había demanda real. No me convenció, sencillamente porque yo no vi que vendieran nada.
Me pareció que la razón más plausible era que la pura necesidad empujaba a mucha gente a esforzarse laboriosamente en colocar sus productos. Predominaban las mujeres que ofrecían prendas de vestir y artesanía textil…