INTERLUDIO A LA METAMORFOSIS, o un inacabable exordio y nada más.
Veintinueve de abril: me desperté a las cuatro de la mañana, con el telón de fondo de un mundo desquiciado por una maldita pandemia: un desolado y vacío paisaje de tristeza, enfermedad, estupidez y muerte que observo desde mi distante atalaya. Nos ha enfrentado a nuestra incontrolable vulnerabilidad.
Pero, para mí, no es solo lo que atisbo fuera, sino lo que golpea mi puerta, insistentemente, avisándome de que algo no va bien en mi vida.
No me he contaminado (todavía) pero eso, ahora, con la noche oscura al otro lado del cristal, es lo de menos, porque en este preciso instante me siento morir.
Me he sentado frente al teclado, he sintonizado La pasión según San Mateo, de Bach, y he comenzado a escribir esta especie de exordio de la nada (ahora siento que mi vida ha sido un permanente exordio que podía haberme ahorrado).
Llevo unos días atormentándome y sé porqué. Días atrás he escrito sobre mi profunda crisis fotográfica, para la que parece que he encontrado una posible salida haciendo fotos de colores (todavía no sé si funcionará, sobre todo porque todavía no me he comprado la cámara). Quizá la compre hoy, no sé.
No obstante, estoy tenso y preocupado, porque temo que pueda tratarse de una decisión repleta de buenas intenciones, pero sin fundamento.
Si finalmente me embarco en el tecnicolor digital será gracias a que Naty me anima con mucha convicción. Ella piensa que puede ser una buena opción para mí en estos momentos, tan tarde ya (eso no me lo dice).
Nos tendríamos que gastar demasiado dinero que necesitamos para otras cosas.
No quiero engañarme del todo y acordarme de que la fotografía tan solo me ha funcionado como una esquiva y fallida solución: no me ha proporcionado una realización plena, tampoco reconocimiento y sí la oportunidad de equivocarme mucho.
Como droga tal vez me haya servido, aunque un poco sosa, porque a pesar de invertir muchos recursos y energías, cantidades ingentes de todo, no he caído en la enajenación arrasadora, pérdidas de consciencia, o una épica destructiva, como hacen las drogas de verdad.
Tampoco, ni mucho menos, una épica sacrificial que me hiciera merecedor de una brillante necrológica de este tenor: “murió con honor dando su vida por una noble causa, aunque fue derrotado en todas las batallas que libró y finalmente hasta la guerra perdió”.
El mes pasado me he sometido a una agónica reflexión, a lo largo de más de diez o quince días, en la que me planteaba si seguir fotografiando o dejarlo para siempre (incluido el diario).
Continuar activo fotográficamente me condena a seguir con el dichoso exordio que no acaba nunca, también con este diario. Lo que fotografío no vale nada sin las palabras, y viceversa. Lo que no sé es si todo junto llega a tener algún valor. Lo que está claro es que necesito letra y música, como los agónicos y sentimentales boleros.
Finalmente he optado por la animosa afirmación ya que no podía soportar el pánico al vacío. Eso sí, en tecnicolor, para cambiar algo.
Una de las razones de la decisión es que podré afrontarlo gracias a que tengo a Naty conmigo y ella me anima por las buenas o por las malas. También técnicamente, porque si no, no. Yo no llego a la altísima tecnología propia de ingenierías avanzadas.
En cuanto a la perspectiva existencial, ella sabe perfectamente que, si me paro, muero.
Foto: siniestramente apropiada para hoy porque, premonitoriamente (por ser de hace tres años), me puse guantes pandémicos para una escenificación depresiva parecida a la de hoy.
9 MAYO 2020
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